El 20 de abril de 2017 se cumplieron 25 años de la inauguración de la Exposición Universal de 1992. Bajo el lema ‘La Era de los Descubrimientos’, este acontecimiento supuso un punto de inflexión para la ciudad de Sevilla, tanto desde el punto de vista urbanístico y técnico, como estético y funcional.

Nació la estación de Santa Justa, las vías del tren quedaron soterradas, se construyó una terminal más en el aeropuerto y se inauguró el tren de alta velocidad, “el AVE”, que comunicaría Sevilla y Madrid en tan solo dos horas y media, algo impensable hasta aquel momento. Además, la SE-30 entró en funcionamiento, y se reformó la zona de Chapina, con la construcción de la estación de autobuses de Plaza de Armas y la modificación del trazado del Guadalquivir. Diversos puentes entraron en funcionamiento como el del Alamillo, la Barqueta o el Quinto Centenario; y se inauguraron el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, el Auditorio, el Teatro Central y el de la Maestranza que daría paso a la entrada de Sevilla en los circuitos de óperas internacionales.

Entonces tan sólo tenía siete años y, a pesar del tiempo transcurrido, lo recuerdo como una experiencia única. Mis padres decidieron sacar el Pasaporte de la Expo’92. Así se llamaba ese pequeño librito encuadernado con tapas de cartón, cuya portada venía ilustrada por un globo terráqueo, y que daba acceso libre a todos y cada uno de los pabellones de la exposición universal.

Ese “pasaporte” ha venido a parar nuevamente a mis manos tras 25 años, intacto a pesar del tiempo, salvo por ese cautivador aroma que caracteriza a los libros antiguos. No me acordaba de las ilustraciones de cada uno de los sellos salvo el de Japón -que venía representado por un pequeño ninja corriendo-, y he de decir que me han sorprendido. Malasia, Honduras, China, Emiratos Árabes, Jordania… al verlas he recordado cómo guardaba celosamente “el pasaporte”, y lo revisaba con cuidado cada vez que ponían un nuevo sello. Mi padre ponía junto a cada sello la fecha en la que lo habíamos visitado, gracias a lo cual he podido ponerle fecha a cada visita.

Marruecos, Japón, Nueva Zelanda, Australia o Alemania eran algunos de los que más nos sorprendieron. Y es que los pabellones escondían el patrimonio artístico, la cultura popular y la gastronomía de cada país. Todo un mundo por descubrir que, desde el 20 de abril al 12 de octubre, disfruté junto a mis padres.

Es verdad que por aquel entonces mi madre trabajaba por las tardes y yo pasaba mucho tiempo junto a mi padre explorando los cientos de pabellones. Recuerdo las largas colas y la sensación de calor asfixiante, que tanto caracteriza a esta ciudad y que habían intentado sofocar con numerosas fuentes y aspersores de agua que refrescaban el ambiente. También recuerdo como me impresionó que se accediera al recinto con la huella dactilar, lo “pequeñas” que me resultaron las Carabelas para haber cruzado siglos atrás el Atlántico, la cabalgata que tenía lugar por las tardes y el espectáculo de fuegos y luces organizado por las noches sobre el río. Pero, especialmente, recuerdo cuanto me cautivaron el Teleférico, la Torre Schindler y el Pabellón de España. Este último escondía un cine cuyos asientos se movían. ¡Toda una revolución!… al menos para aquel momento.

También me acuerdo cómo el último día mi padre me regaló un peluche gigante de Curro, que todavía conservo en una de las estanterías de su casa. Y cómo ese mismo día, subiendo unas escaleras mecánicas le pregunté llena de curiosidad. “¿Y para cuándo la siguiente Expo?” Ante mi sorpresa, mi padre respondió: “¡Uff! Para la siguiente tú serás muy muy mayor y yo ya no estaré aquí”. En ese momento no entendí muy bien sus palabras ya que, a pesar de lo impresionada que estaba por todo lo que había vivido a lo largo de los últimos meses, mi edad me impedía ser consciente de la relevancia histórica de la Expo’92 y de cómo ese acontecimiento marcaría un antes y un después, tanto en Sevilla, como en Andalucía.

Ahora, 25 años después, muchos debaten sobre la rentabilización y el aprovechamiento de esa inversión y sobre el uso de La Cartuja una vez finalizada la exposición universal. Los más escépticos piensan que se podría haber sacado mucho más partido. Puede que no les falte razón. Pero, aun así, no se debe obviar que la Isla de la Cartuja acoge Isla Mágica, el Estadio Olímpico, el Teatro Central, el Auditorio, la Escuela Superior de Ingenieros, la Facultad de Comunicación, el Centro de Alto Rendimiento de Remo, RTVA, la Agencia Andaluza de la Energía o la Gerencia de Urbanismo,… Además, diversas instituciones educativas y un importante número de empresas tienen su sede en esta zona de la ciudad y ha sido el sitio elegido para acoger Torre Sevilla y el recién inaugurado CaixaForum Sevilla. Prueba de que, todavía, a día de hoy, se sigue impulsando este enclave de la ciudad.

María Cano Rico