Una historia de terror basada en hechos reales

Creo poder afirmar, sin lugar a equívocos, que ninguna experiencia me ha resultado hasta la fecha más desconcertante e inabarcable que la maternidad. En esto de ser madre me falta eso que se pide con tanto fervor en las entrevistas de trabajo (experiencia, experiencia, experiencia “de varios años en un puesto similar”). Casi todo lo que se dice de la maternidad es cierto (el amor incondicional y primario por tu cachorro, la emoción ante los pequeños gestos), absolutamente cierto, pero no se habla suficiente de la sensación de desconcierto y la enorme magnitud del cambio.

Ana-de-Haro_foto-683x1024-1Todo esto viene a que, como mujer joven que acaba de ser madre, me encuentro cada día en situaciones que me provocan una absoluta perplejidad. Una de las más positivas es la sensación de pertenencia a una comunidad, de formar parte de una tribu distinta, con un lenguaje común que no hablaba hasta ahora y que ha aparecido de repente en mi cerebro como si me hubieran enchufado un pendrive, como en Matrix. Ahora “hablo madre”, y puedo comunicarme con otras madres en la calle, en su idioma, que a veces se compone sólo de miradas y asentimientos resignados. Y en estos encuentros se produce una sensación de comprensión no exenta de juicio (qué fácilmente juzgamos lo bien o lo mal que lo hacen otras, con lo desamparadas que nos sentimos todas al principio).

Sin embargo, también he experimentado lo contrario: desde que soy madre, me he dado cuenta de que cualquier persona que se cruza en mi camino se cree capacitada y, aún mejor, bienvenida para compartir conmigo sus impresiones sobre mi maternidad. Digámoslo sin rodeos: a veces, por mucho que intentes evitarlo, los bebés lloran. Y aunque “como tú eres su madre deberías saber mejor que nadie qué le pasa a tu hijo”, al principio no tienes ni idea. Mi cachorro llora y no sé qué hacer. Lo que sí sé es qué comportamientos no son bienvenidos en estas ocasiones por parte de personas extrañas, tengan o no la mejor intención del mundo. Aquí van algunos ejemplos (todos ellos absolutamente reales).

  • NO es aceptable que te des la vuelta en el restaurante para mirarme, a ver si consigo de una vez calmar a mi hijo. Te aseguro que lo estoy intentando.
  • NO es aceptable que te quedes mirando, en general. Sé que no es agradable, pero te aseguro que quien más sufre con el llanto de mi cachorro (aparte de él) soy yo.
  • NO es aceptable que me digas que estoy cogiendo mal a mi hijo.
  • NO es aceptable que me preguntes si soy primeriza y luego asientas con cara de “ya me lo imaginaba”.
  • NO es aceptable en general que me digas qué tendría que hacer (“cógelo así”, “cógelo asá”) o qué no tendría que hacer (“no lo acunes tanto”, “si lo coges tanto se va a acostumbrar”). No. En absoluto. Desde luego no es aceptable que me lo digas a gritos desde la ventana de tu casa. Insisto. Historia real.
  • NO es aceptable que me preguntes por el nombre de mi hijo y cuando te lo digo me respondas: “Ay, hija. ¿Y no había otro?”.
  • NO es aceptable EN ABSOLUTO que toques a mi bebé sin pedir permiso. Nunca, bajo ninguna circunstancia.

Si bien se entiende que la mayor parte de estas manifestaciones proceden de un deseo de ayudar, en momentos de tensión son muy complejas de gestionar, sobre todo en las primeras etapas de la maternidad. ¿Qué es aceptable, entonces? ¿Qué puedes hacer si ves a una madre (evidentemente) primeriza apurada porque su bebé está llorando? Seguramente, la mejor opción sea respetar el espacio de ambos, madre y criatura, y dejarlos que se calmen mutuamente. No está mal en algunos casos preguntar si se necesita ayuda (desde aquí, gracias, persona que me ayudó a atarme el pañuelo de porteo y persona que me ayudó a desmontar el carrito, entre otros). Pero la palabra clave es esa, respeto. Gracias de antemano.

Si quieres leer más historias de terror sobre la maternidad en clave de humor, desde hace tres meses te doy mi perspectiva en Twitter (@Ana_de_Haro) con el hashtag #newmomproblems. ¡Nos leemos!

Ana de Haro

Periodista y escritora
@Ana_de_Haro

La hija de Barbazul, de Ana de Haro (@Ana_de_Haro), ganadora del VIII Certamen de Novela Ciudad de Almería, ha sido editada por la editorial Aldevara y puede encontrarse aquí