Desde que se inició la crisis, la palabra emprendimiento se ha convertido en algo cotidiano. Se habla de la figura del emprendedor, se busca definir los rasgos psicológicos del mismo, e incluso identificar las competencias y habilidades que lo caracterizan.

Curiosamente, los estudios realizados no señalan que el género sea un factor diferencial en el éxito deJimenez, Ana Isabel006_b una actividad emprendedora. Sin embargo, si echamos un vistazo a las cifras ofrecidas por el GEM para el año 2015, la actividad emprendedora femenina a nivel nacional se encuentra seis puntos por debajo de la mundial (un 4.5% frente al 11% mundial).

Ante esta situación surge la pregunta: ¿el emprendimiento es realmente una cuestión de género? O, por el contrario, ¿es la propia sociedad quien ha hecho del género la clave del emprendimiento?

¿Por qué emprenden las mujeres?

Lamentablemente, la igualdad no ha llegado a todos los lugares. Bien es cierto que la mujer ha accedido plenamente al mercado laboral, pero, ¿en qué condiciones?

Hoy día nos encontramos ante la generación de mujeres mejor formadas de la historia. Sin embargo, también es cierto que, a la hora de obtener un empleo, a igualdad de estudios, es más probable que el hombre obtenga el trabajo, mientras que la mujer acaba desarrollando una tarea peor remunerada, o en el peor de los casos, engrosando las listas del paro. Incluso en los casos en los que la mujer alcanza un puesto de responsabilidad, la probabilidad de progresión laboral es realmente baja.

Pese a las medidas de apoyo a la igualdad de género, las mujeres seguimos padeciendo el llamado “Efecto del techo de cristal”. Y es que, tal y como apunta el informe de FEDEA (2016), buena parte de las barreras a la progresión profesional femenina son invisibles, artificiales y están relacionadas con la tradicional distribución de roles en lo que respecta a la unidad familiar. No nos equivoquemos, actualmente la mujer suele asumir la mayor parte del peso en cuanto a las tareas del hogar y al cuidado de los hijos se refiere. Y lo peor de todo es que parece que esta realidad está socialmente aceptada, lamentablemente, hasta incluso por las propias mujeres.

El emprendimiento ha supuesto para muchas mujeres la fórmula para romper con una carrera profesional con escasa proyección. Para otras, sin embargo, ha sido la forma de poder acceder al mercado laboral tras un largo periodo de inactividad, ya fuese o no voluntario.

Lo que resulta curioso es que pese a que los motivos para lanzarse por su cuenta e iniciar un negocio sean diversos, parece ser que las mujeres emprendedoras tienen bastante en común. Y no sólo nos referimos a los problemas que ellas encuentran en el momento de emprender, sino también en relación al sector de actividad, al modelo de negocio desarrollado o a los parámetros que utilizan para medir el éxito de su actividad.

Una carrera llena de obstáculos

Emprender siendo mujer no es nada fácil y es que, en ocasiones, la situación que, previamente, ha alentado a la mujer a emprender, se vuelve a presentar nuevamente. Conocido como el “segundo techo de cristal”, la mujer emprendedora puede encontrar problemas, principalmente relacionados con el acceso a financiación a la hora de poner en marcha su negocio.

Afortunadamente, cada vez con menor frecuencia, encontramos que oportunidades de negocio altamente atractivas se ven frenadas por la falta de recursos financieros tan sólo porque quien se encuentra al frente es una mujer. Y es que lo que se juzga no es el potencial de la idea, la falta de formación o el espíritu de trabajo de la emprendedora, sino más bien se pone en tela de juicio la capacidad de la emprendedora para hacer frente a situaciones difíciles, su baja propensión al riesgo o su falta de compromiso con el negocio frente a otras cosas.

Sea o no erróneo este argumento, lo cierto es que la mujer lo tiene más complicado a la hora de emprender. Y aunque el emprendimiento femenino comienza a consolidarse de forma lenta en la economía nacional, bien en cierto que muchos negocios surgen, y se mantienen, gracias al esfuerzo personal y económico realizado por la emprendedora.

Ana Jiménez-Zarco,

Profesora de Innovación y Marketing de la UOC