Me horroriza pensar que se esté creando un nuevo paradigma que muestra una nueva realidad a la que nos estamos abocando en estos inicios de siglo y es que da la impresión que en la misma medida en que avanzamos tecnológicamente estamos limitando nuestra relación emocional con las personas. No es un fenómeno circunstancial, parece que en la medida en que nos pegamos a Internet, olvidamos que hay vida al otro lado, es paradójico que nos vayamos a Marte con la nueva nave Insigth, en el mismo momento en que en Yemen del Sur se estén muriendo cada día miles de persona de hambre, sí lo digo bien, de hambre.

¿Van a resolver esto los robots? ¿O es que no resulta rentable alimentar a una parte de nuestros hermanos de este planeta? Quiero recordar que el 75% de la población mundial sobrevive básicamente gracias al trabajo de millones de mujeres que tratan de seguir adelante con sus familias. Y resulta paradójico que mientras aquí queremos recordar el pasado 25 de noviembre que no vamos a permitir más violencia de género, al mismo tiempo permitamos genocidios, guerras  y miseria, porque no existe peor crimen que matar a un niño de hambre y eso no lo van a resolver los “marcianos” de la misma forma que las leyes tampoco van a eliminar los conflictos, porque el único camino es relacional, tiene que ver con actitudes, con el propósito real de hablar y resolver y, sobre todo, con los valores.

Todo eso son hechos, cosas que pasan y se ven en televisión. Pero, por suerte, con los valores no se comercializa. Los valores se ejercen en el día a día y no hace falta escribirlos ni proclamarlos, igual que la misma verdad: están o no están y condicionan naturalmente nuestra visión del mundo y, especialmente, nuestra forma de actuar.

Por mucho que descubramos las cien mil millones de estrellas de nuestra galaxia -que está muy bien- de poco nos va a servir si no somos capaces de resolver los problemas de nuestro ínfimo planeta. Nadie va a vivir cientos de años, por tanto, el foco debería ser pensar en tener una existencia feliz y saludable y eso seguro que tiene que ver con la forma en que vivimos. Según la investigadora Jullianne Holt Lundstad: la clave principal tiene que ver con la forma en que nos relacionamos con las personas cercanas y también con los demás, porque es posible medir con cuánta gente hablamos al día, o cómo aplicamos nuestra empatía, si abrazamos, si sonreímos, si acariciamos o si hemos olvidado dar las gracias. Todas estas cosas que tienen que ver para que seamos algo importantes en la vida de los demás y especialmente en la nuestra.

Claro está que el mundo es sistémico, todo está relacionado- y también holístico. De esto las mujeres sabemos un poco más, porque siempre vemos los problemas y también su periferia, por algo estamos habituadas a la multitarea; también practicamos las relaciones sociales, probablemente hablamos más que nuestros compañeros, una ventaja, según esta investigadora, porque gracias a ello podemos vivir más años. Pero, por desgracia, no podemos resolver los problemas del mundo, simplemente porque no tenemos el poder, tampoco el reconocimiento y a menudo ni siquiera la oportunidad, pero les aseguro que en todas nosotras está la actitud, pues tenemos capacidad para alumbrar la vida y queremos que ésta se conserve para todo el mundo. Todos estos niños que mueren de hambre cada minuto son también nuestros hijos, y los smarts, la digitalización y mucha tecnología no son capaces de alimentarlos, hay que despertarse, poner en valor los valores, la ética y, sobre todo a nivel personal, fomentar por encima de todo la relación con las personas, sin renunciar a que la tecnología sirva realmente como un medio y no un fin, para aproximarnos a sus auténticos problemas, en vez de ignorarlos.

Mª Angeles Tejada, Directora General  Public Affairs  Randstad

 Presidenta de Honor de Fidem