Seguro que no es muy común que unas fiestas populares como las que se celebran en cualquier rincón de este país arranquen con un pregón popular por parte de las “chicas del básquet” y este año, en la villa de Gracia en Barcelona, las protagonistas han sido Cristina, Noélia, Paola y Xenia. Todas ellas con discapacidad intelectual y jugadoras del entrañable club de los “lluisos de gracia”.

De hecho, el deporte siempre ha sido inspirador de valores como el esfuerzo, el espíritu competitivo, el compañerismo, la generosidad y esta gran dosis de amistad que se vive y se repite en cada momento de la competición como muy bien sabemos los que lo practicamos.

No se trata solo de aplaudir esta iniciativa inclusiva y feminista que contribuye a dar un paso más hasta esta normalización que todos deseamos, sino que, además, y para mí es lo más importante, porque los valores del deporte son precisamente aquellos que reclama una sociedad que, si bien radicaliza la competitividad por encima de todo, en realidad solo proclama los efectos de consumo y beneficio económico, muy por encima de los valores individuales, que significarían que cada persona pudiera desarrollar sus capacidades aportando su contribución como profesional en beneficio del conjunto de la sociedad.

Hechos como este ponen en evidencia que todas las personas tenemos sencillamente distintas capacidades, ya que, cualquiera de estas mujeres jugadoras de baloncesto es capaz de jugar un partido, correr y encestar, cosa que yo misma y muchos miles de profesionales reconocidos en el mundo del trabajo seríamos incapaces de hacer normalmente por mucho que nos lo propongamos, simplemente porque tenemos también “distintas capacidades”. Por tanto, en una sociedad plural como la nuestra, todas y todos tenemos un rol que aportar, y de lo único que se trata es de conocer individualmente nuestras habilidades, conocimientos y competencias, saber desarrollarlas y ponerlas en valor.

Pero hay algo más, porque el ejemplo de estas chicas y su valentía para denunciar a todo este gran colectivo de personas que, como “ellas” dicen muy bien, tienen distintas capacidades, pone también de manifiesto la hipocresía y la gran dosis de demagogia de muchas entidades, y claro está de empresas, cuya orientación a los resultados a corto plazo les impide descubrir el auténtico potencial de cada persona. Y con esta filosofía se ha perdido gran parte de conocimiento crítico, a costa de prejubilaciones forzosas, negando segundas oportunidades a personas de más de 50 años que mantienen intacto su talento y tienen la mejor actitud, creando barreras a muchas mujeres en puesto de decisión y, cómo no, siguiendo con métodos de formación ineficientes que quizás acrediten cierto conocimiento teórico, pero que en absoluto se corresponden a menudo con auténticas capacidades de cada persona, provocando su frustración y, a menudo, entorpeciendo la posibilidad de otras más preparadas.

Quiero desde aquí aplaudir este acto de generosidad por parte de estas chicas, que nos regalan una reflexión para que cambiemos los paradigmas y que nos recuerdan que la auténtica educación poco tiene que ver con la supuesta normalidad de la apariencia física, sino que empieza y termina con aquellos valores que son la base de todo ser humano, como la honestidad, el respeto, el esfuerzo, el espíritu de equipo, la perseverancia y, muy especialmente, la empatía, para que no olvidemos que todas formamos parte de un mismo mundo y que solo a partir de la solidaridad y la generosidad con los demás podemos tratar de mejorar la convivencia y hacerlo mejor para las futuras generaciones.

 Mª Angeles Tejada

Directora General de Public Afairs de Randstad y presidenta de Honor de Fidem