Siempre he sentido la necesidad de entender el porqué de las graves discriminaciones que sufre la mujer en el mundo. Y en esta búsqueda por el conocimiento he encontrado sociedades matriarcales donde las mujeres son el pilar que estructura la comunidad. Así nació Matriarcados, un proyecto etnográfico, fotográfico y pedagógico para descubrir la esencia de las sociedades matriarcales.

Mi labor de antropóloga y fotoperiodista y mi curiosidad, me han llevado a investigar las sociedades bijagó, en el archipiélago de las Bijagós, frente a las costas de Guinea Bissau;  mosuo en el Lago Lugu, en China; las poderosas mujeres de Juchitán, en el istmo de Tehuantepec, al sur de  México; minangkabau, al oeste de Sumatra; y los quero y los huilloc, en el Cuzco, Perú.

Matriarcado no es lo contrario de patriarcado, sino una manera más justa de organizar la vida. En las sociedades matriarcales, las mujeres son reconocidas por su sabiduría, por la habilidad que muestran en la gestión de la economía, en el trabajo y en la organización de la sociedad y de la ley.  Mujeres que gobiernan sus vidas con la esencia de la justicia y la complementariedad entre el hombre y la mujer, la mujer y el hombre.

En estas tierras matriarcales se mira el bien común, a los niños se les educa para llegar a acuerdos y el consenso impregna la esencia del grupo. Son comunidades pacíficas que manejan con sabiduría la mente y el corazón. Las emociones negativas como el rencor y la agresividad no son bien recibidas. El matriarcado en general se basa en una cultura de economía agraria. Se parte de la diferencia de maneras de ser y roles. Ningún hombre o mujer es más importante que el otro. La madre organiza el trabajo del grupo. Tiene el poder de aconsejar, no tiene el poder de ordenar. Su consejo es aceptado y reconocido de una manera natural y voluntaria. Se basa en el respeto a las necesidades familiares y el respeto a cada miembro del grupo.

Es común la adoración a las fuerzas de la naturaleza: la tierra, el agua, los ríos y los animales. La tierra es femenina y esta creencia se manifiesta en la realización de fiestas y rituales estacionales para dar gracias por la fertilidad, por la siembra y la cosecha.

Cada comunidad es un poco diferente. En algunas, hombre y mujer van de la mano en todas las cuestiones de la vida; en otras, a los hombres se los considera más sensibles, con una naturaleza menos preparada para tomar decisiones y se les trata como a niños. Pero, en todas ellas, el ser es más importante que el tener. Se respeta el cuerpo sagrado de la mujer que armoniza con la naturaleza, una naturaleza que guía. Así, al igual que las semillas dan sus frutos, la mujer también educa a los hijos según las enseñanzas de la tierra.

Visitando estas sociedades matriarcales a lo largo de los últimos diez años, he aprendido que el sentido de la vida está relacionado con el amor, con la capacidad de dar y compartir en el grupo. Ésta es la esencia que define nuestra especie.

Sociedades matriarcales que sobreviven en el siglo XXI

 Bijagó

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En la isla de Orango Grande, en el archipiélago de las Bijagós, en Guinea Bissau, viven los bijagó. Esta tierra con palmerales, sabanas arbustivas, gran cantidad de aves acuáticas migratorias, tortugas hipopótamos y cocodrilos, es considerada Reserva de la Biosfera. La población es de unos 33.000 habitantes repartidos en cinco islas. Viven en Tabancas (aldeas), en chozas de barro rojo y techo de paja.

En Orango, las mujeres se organizan en asociaciones que gestionan la economía, el bienestar social y la ley. Ellas son las encargadas de seleccionar y decidir la siembra, las recolectoras de los frutos del árbol del cajou que utilizará para hacer el vino de la palma; de aconsejar y decidir. A las mujeres se las respeta como dueñas absolutas de la casa y de la tierra.

Quinta y Estevo llevan ocho años viviendo juntos en dos chozas, una de vivienda, otra de almacén. Tienen un jardín vallado para protegerse de las serpientes y tres huertos donde se cultiva mandioca, yuca, frijoles y batatas. A Quinta le gusta de Estevo su fuerza física, su dulzura y su sexo. Dice: “Quien no hace el amor no es feliz…. Y a Estevo de Quinta su inteligencia y responsabilidad. “Sabe de las cosas de la vida, me da consejos,no me hace pasar hambre. Yo trabajo siempre para ayudarla. Soy un hombre satisfecho”, explica Quinta, la presidenta de la Asociación de Mujeres de Etiogo que tiene 26 años.

Los bijagó tienen una economía de subsistencia basado en el cultivo de pequeñas huertas. También siembran arroz y la pesca es abundante.

A los hombres se les considera como niños a los que hay que proteger. Se valora de ellos la sensibilidad de su carácter y la fuerza bruta que utilizan para el barbecho de los campos. Se aprecia la habilidad que muestran para la caza y la pesca, de la que cotidianamente se encargan. Se les considera débiles por naturaleza, aunque se les tiene en cuenta a la hora de tomar decisiones.

Las baloberras (sacerdotisas) son las encargadas de transmitir la sabiduría de los antepasados durante el rito de Cortar la Paja, la iniciación de las mujeres al mundo adulto. También de escoger a la futura reina, aconsejada por los espíritus. Existe también un consejo superior para casos de distribución de la tierra, explotación forestal… En Orango conviven cuatro clanes: los Oraga, los Ogubane, los Oracuma y los Okinda. El nombre del clan se hereda de madres a hijas.

Entre los bijagó no se recuerdan delitos graves, sólo peleas. El aislamiento geográfico y su carácter desconfiado, secretista, poco amigo de las visitas de extraños y celoso de sus tradiciones animistas, les ha permitido conservar una sociedad con estructuras matriarcales.

http://blog.annaboye.com/charla-sobre-la-sociedad-matriarcal-de-los-bijago-de-guinea-bissau-video/

Mosuo

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En China, a orillas del Lago Lugu, las hijas son bien recibidas. Un regalo que hace a la familia más grande y poderosa. Entre las provincias de Yunnan y Suchuan viven los mosuo, una comunidad  democrática de alrededor habitantes formada por clanes de mujeres que gobiernan por tradición. Allí los hombres se sienten libres y la relación con la familia es lo más importante.

Yarerima Weng descansa sentada al sol, son las fiestas del Año Nuevo y hay poco que hacer en el campo. Pronto deberá ocuparse de sembrar el trigo, el maíz y el arroz en los 30 mu (dos hectáreas) de tierra. Pero ahora, en Wenwan todo está tranquilo. Incluso el búfalo de agua que llevará el arado pace manso a pocos metros. Tiene dos hijas, dos hijos y cuatro nietas. Y como dice Yarerima, “si en una familia hay ocho hijos y seis son hijas, seguro que va a haber mucha armonía”.

El hogar es el núcleo desde donde se organiza la economía, el trabajo y la estructura social. La matriarca es una figura querida por todos. Se le respeta por su sabiduría, y la autoridad que posee se basa en ella. Dentro de la familia, se la escoge en función de sus cualidades y competencias, no por su edad y otras consideraciones de carácter hereditario o permanente. Se establece una autoridad maternal que aconseja, decide y guía. Este poder no es buscado ni especialmente querido, se vive como una forma natural de ser y estar.

En todas las casas hay un gran fuego en el suelo y, cada día, la matriarca, ofrece un poco de comida a los antepasados. No existe la figura del marido. Ellas se unen por amor con hombres que las visitan de noche. Los padres no tienen ninguna responsabilidad sobre los hijos, que vivirán siempre en el clan materno. Durante las visitas de amor se establecen relaciones amorosas de una manera natural y libre. La mujer posee una habitación en la casa de su clan y allí ve a su enamorado o al hombre que le gusta. Es una relación nocturna y secreta.

De día, las parejas se diluyen y no está bien visto ir juntos ni cogerse de la mano. Pero son relaciones espontáneas donde se establecen lazos de afecto que pueden durar pocos días o bien varios años. La familia no interviene para nada en la elección de la pareja.

Recuerdo la impresión que me produjeron las costumbres de esta sociedad «mosuo» donde no existe la figura del marido y los padres son respetados pero no influyen en la organización social ni en la economía de los grupos matriarcales.

Minangkabau

minangkabauHay un lugar en el mundo donde las mujeres heredan la tierra. Un lugar en que la casa y los bienes de la familia pasan de madres a hijas y donde el linaje lo transmiten las mujeres. Un lugar donde el consenso es la base de la sociedad y la naturaleza una maestra que guía. En el oeste de Sumatra viven los minangkabau, una comunidad matriarcal de más de cuatro millones de personas cuyas tradiciones ancestrales sitúan a la madre en el centro de la sociedad.

Los minangkabau son una sociedad llena de espiritualidad y de amor cimentada en el acuerdo mutuo entre hombre y mujer con el objetivo de alcanzar el bien común para toda la comunidad. Su ética dice que las mujeres y los hombres se complementan como uña y carne. Cooperan repartiéndose el poder y las diferentes funciones sociales, generando así una forma más igualitaria de organizar la vida.

Diario personal

La alegría en la que viven los minangkabau fue lo primero que me llegó al corazón. También el profundo arraigo a la tierra, una tierra fértil que relaciona la mujer con la fecundidad, la une a los antepasados y a los sentimientos. Una tierra que pasa de madres a hijas y las hace profundas y fuertes, porque en sus manos se asienta el tiempo pasado y el que ha de venir. Y es como si la vida  susurrara a las mujeres minangkabau una forma de permanecer.

Junto a la casa en la que vivo en la aldea de Patangahan, Eni cultiva el arroz en la hectárea de terreno que es la herencia de su madre. Eni tiene tres hijos: dos niñas y un niño. Kanza es la más pequeña y le ayuda en la siembra del arroz. Su marido es carpintero, pero ella lleva la economía de la casa. Él le da el sueldo y ella le da lo que necesita para sus gastos, porque dice que los hombres no saben comprar, “compran sin pensar”. Por la cosecha del arroz le pagan dos millones de rupias cada seis meses.

Eni me explica mientras va plantando pequeños esquejes que “la planta de arroz, cuando es joven, se desarrolla orgullosa y erguida, pero cuando madura, el peso de los granos la hacen curvarse”. “¿Cuál es la enseñanza? -me dice- pues que debemos aprender a ser generosos y humildes con los demás a pesar de poseer riquezas y descartar de nuestra vida el orgullo y la arrogancia”.

La comunidad está formada por una población muy amable, pacífica y generosa. Durante mi estancia entre los minangkabau, cuando salía a caminar o me desplazaba a la ciudad en los pequeños autobuses rurales, la gente siempre sonreía y se llevaba la mano al corazón, un gesto que traduce muy bien su manera de ser, porque en la compañía de los minangkabau sientes que el amor profundo que estructura la esencia de esta sociedad matriarcal te llega como un regalo precioso, como una sorpresa inesperada.

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Anna Boyé

Fundadora de Matriarcados

Impulsora de Herederas

Sobre Anna Boyé

LAS HEREDERAS-Anna BoyéAntropóloga por la Universidad de Barcelona y fotoperiodista, Anna Boyé estudia la existencia de las comunidades matriarcales de la etnia bijagó, en el archipiélago de las Bijagós, frente a las costas de Guinea Bissau, los mosuo en el Lago Lugu, en China, las poderosas mujeres de Juchitán, en México y los minangkabau, al oeste de Sumatra y los Quero y los Huilloc, en Perú. Ha elaborado documentales, exposiciones fotográficas y trabajos informativos sobre ellas, que puedes consultar en su web.