Estamos ya en junio y sigue resultando imposible hablar de otra cosa que no sea la pandemia. Aunque si las calles, las tiendas, los lugares de trabajo… han comenzado a repoblarse y la vida cotidiana trata de recuperar algunos ritmos, todos somos conscientes -o al menos deberíamos serlos- de que todavía estamos amenazados y lo seguiremos estando durante algún tiempo, poco o mucho no lo sabemos, además afrontando con innumerables incógnitas.  Lo que sí sabemos es que debemos armarnos de una prudencia extrema y de un gran sentido de responsabilidad.

Yo, como vosotras, hemos sido testigos de un hecho histórico, observado desde la clausura de nuestras casas y contemplando desde las ventanas ciudades  fantasmas, dominadas por el silencio. Todos los días he seguido con preocupación las noticias que nos llegaban cargadas de  datos, recomendaciones y opiniones sobre la pandemia produciendo en nosotros  heridas por la crueldad de las imágenes y por el dolor de  que se extendía en miles de  familias por los fallecidos.  Y si me lo permiten, con una angustia más, por lo que estaba padeciendo mi tierra, la región de Lombardía en Italia. Miles y miles de muertos y la impotencia, a veces, de no poder hacer nada para salvarlos. Historias de personas, con nombre y apellido, no solo  números.

Desde el primer momento de la cuarentena, en la web de Mujeremprendedora, y en todos los medios del Grupo Informaria, hemos agregado el crespón negro en señal de luto y para expresar nuestra cercanía a las víctimas y a sus familias.

Sí, me he preguntado a menudo: ¿por qué le ha tocado a  esa persona y a esa otra… y no a mí? Me lo preguntaba apenas despierta, y me invadía al mismo tiempo un gran sentido de gratitud por el privilegio de poder respirar nuevamente, de poder seguir viviendo en un mundo al que le ha bastado un momento, y un virus invisible, para detenerse y gritar una pregunta fundamental a sus siete mil millones de habitantes: ¿Qué sentido tiene lo que estáis haciendo?

¿Qué sentido tiene esta tragedia global en mi vida? Una pregunta con la que convivo en estos meses.

El sentido es una de las palabras claves de la condición humana y comprenderla en la multiplicidad de sus significados nos permite viajar dentro de nuestra propia multiplicidad: percepciones, emociones, cogniciones, valores. En el caso de los valores, el sentido indica la orientación interna que nos guía para juzgar algo correcto, apropiado y bueno.

Buscando el sentido de lo que sucede y me rodea, puedo alcanzar todos los significados de la palabra. No solo eso, tratando de construir y reconstruir un sentido, lo que sucede «después» puede reconfigurar radicalmente también el sentido de lo que sucedió «antes».

Por lo tanto, una tragedia global como esta pandemia puede adquirir un nuevo sentido si, enseñando algo a todos, se convierte en el primer paso de un cambio radical.

Pensemos en el sentido de la complejidad: la digitalización que cubre el planeta nos ha unido a todos como nunca antes y ha conectado de alguna manera también nuestros destinos.

Es también importante el sentido crítico, indispensable para contrastar la cantidad de noticias falsas o partidistas que transforman la complejidad en caos.

Hay un sentido fundamental que es el de la responsabilidad: las elecciones individuales -lo hemos visto- pueden tener consecuencias sobre las multitudes.

No saldremos de la pandemia, ni de la consiguiente crisis económica y social sin un fuerte sentido de solidaridad; sin solidaridad estaremos desprotegidos ante las próximas crisis mundiales, principalmente la emergencia climática. No nos olvidemos que los recursos no son infinitos.

No es cierto que todo volverá como antes. Nuestro futuro cambiará inevitablemente. Es ahora cuando debemos esforzarnos por mejorarlo, hacerlo más equitativo y sostenible, porque si no actuamos de inmediato, empeorará. Por ejemplo, los últimos llamamientos alarmantes del secretario general de las Naciones Unidas van en esta dirección.

La emergencia global del COVID-19 debería, mejor dicho, DEBE -porque el condicional tiene en sí mismo el sabor de la derrota- obligarnos a todos, gobernantes, políticos, empresas, instituciones, asociaciones y ciudadanos, a unirnos en un esfuerzo titánico de pensar a largo plazo, con un razonamiento y unas acciones en las que la perspectiva fuese orientar el sistema hacia el bien común.

Esto sí, sería NORMALIDAD. Un nuevo sentido a nuestro estar en el mundo en el que cada uno sepa ser una ‘palabra’ única e imprescindible.

 Anna Conte

Directora de Mujeremprendedora