the-three-magi-160632 (1)Ay ay ay. Sí, lo reconozco, estoy nerviosa. ¿A que no se ha notado? Os escribo este artículo a unas horas de que lleguen Los Reyes Magos a todas las casas y nos dejen sus regalos. Sé que puede sonar un poco absurdo, pero reconozco que cada año que pasa sigo manteniendo los mismos nervios, la misma ilusión, las mismas ganas.

Pero antes de que llegue esa noche mágica tenemos aún una tarde muy especial por delante: la cabalgata, donde nos “pelearemos” por coger los caramelos que nos tiran de las carrozas. Desde estas líneas, debo confesar que más de un año, y de dos y de tres, he acabado en el suelo buscando los productos estrella. Con ese calificativo me refiero a las gomitas, los peluches, las pelotas o los lápices.

Pero lo cierto es que no soy la única. En muchas de mis “expediciones” me he encontrado con otros chicos, con abuelos, con niños, con madres… todos buscando ese caramelo que no ha sido pisado, el que ha acabado entero, el que se ha quedado ahí, en mitad de las piernas de alguien que no se ha agachado a cogerlo.

Inma Sánchez opiniónY todo ello en mitad de un barullo inmenso de gente en el que te encuentras con los de siempre: el padre que sube a los pequeños en sus hombros, el que abre el paraguas e inmediatamente todo el mundo empieza a decirle cosas, los niños que, de repente, te encuentras justo delante (“¿no te importa que se ponga ahí? Es que si no, no ve a los Reyes”), entre miles de cosas.

Pero esa es la magia de la cabalgata. Ver si este año te gustan las carrozas, a ver quién es este año la estrella de la ilusión (y todos los años pienso, qué frío debe de estar pasando la pobre), cuál de los reyes es el que tira más caramelos, quiénes son los que tiran un sólo caramelo…

Un año, cuando era más pequeña, creo que tendría unos 7 años, fui yo la que tuvo la oportunidad de estar al otro lado, de ser yo quien tiraba los caramelos. Y lo hice disfrazada de una especie de Aladdín con babuchas con la punta girada y un sombrero con una pluma en una carroza que se llamaba ‘La bota Vieja’. ¡Qué pecha de reír! Aún me acuerdo de los gritos de la gente cada vez que me traían una bolsa de caramelos (de 25 kilos cada una) sin saber de dónde venían y las prisas por abrirla y empezar a tirar sin pensar a dónde.

Toca por delante una tarde de ilusión y una noche de nervios por saber qué nos habrán traído los Reyes, si nuestras peticiones han llegado a buen puerto. Unas horas en la que, de repente, volvemos a sentirnos como niños pequeños.

Inma Sánchez
Periodista