Lo emocional está de moda. Sin embargo, no todos los programas de educación emocional que se están implementando en nuestro contexto están basados en la evidencia científica internacional en psicología y neurociencia e, incluso, algunos la contradicen. Cuando eso sucede, las consecuencias para la salud mental y física de las personas que participan en esos programas pueden ser muy graves. Es crucial escoger las mejores evidencias científicas para asegurar que la creciente educación emocional que se está implementando en centros escolares y empresas conduce sólo a resultados positivos en el desarrollo humano. Una primera cuestión básica en este sentido es diferenciar entre emociones y sentimientos.

Eric Kandel, Premio Nobel de Medicina o Fisiología en el año 2000, en el texto que se conoce como el libro de referencia mundial en neurociencia, ‘Principles of Neural Science’ (2013), titula el capítulo 48: “Emotions and feelings” (Emociones y sentimientos), siendo ya esto indicativo de que emociones y sentimientos no son la misma cosa y deben tratarse de forma diferente. Específicamente, en palabras de Joseph E. LeDoux y Antonio R. Damasio, autores de ese capítulo, las emociones son “el conjunto de respuestas fisiológicas que ocurren más o menos inconscientemente cuando el cerebro detecta ciertas situaciones desafiantes. Estas respuestas fisiológicas automáticas ocurren tanto dentro del cerebro como en el cuerpo” (p.1079). En el cerebro implican aumento de los niveles de activación (arousal) y cambios en funciones como la atención, la memoria y las estrategias de toma de decisión.  Los sentimientos “son la experiencia consciente de esos cambios somáticos y cognitivos”, “son las percepciones conscientes de esas experiencias emocionales” (p.1079).

Kandel (2013) nos explica también que mientras las emociones se encuentran en los organismos más simples, los sentimientos sólo lo hacen en las personas, porque sólo nosotras y nosotros tenemos conciencia. Gracias a la conciencia podemos reflexionar sobre lo que sentimos y sobre nuestras reacciones emocionales y, así, decidir libremente cambiarlas para mejor, tanto para nosotras y nosotros como para los demás.

Por tanto, el primer cuestionamiento que debemos hacer es por qué si lo propiamente humano son los sentimientos, los programas de educación emocional ignoran o prácticamente no hablan de sentimientos. Sin tener en cuenta esta diferenciación entre emociones y sentimientos, y que lo propiamente humano es la conciencia sobre lo que sentimos, las peores reacciones emocionales, como la violencia de género, pueden quedar justificadas por esa idea de “no control”. Eso no es aceptable; ya sabemos por la evidencia científica que todo sentimiento es consciente.

Los centros escolares, mayormente centrados en las emociones, deberían cuidar mucho más los sentimientos que conducen a mejores sociedades como la amistad y la solidaridad. Al trabajar esos sentimientos no solo se crea motivación por los mismos sino que al sentirlos generamos respuestas emocionales que apoyan muy positivamente la salud mental y física (Salovey et al, 2000). Esos sentimientos pueden trabajarse de forma integrada en el currículum. No es necesario separar la educación de las emociones y los sentimientos de lo intelectual para mejorar cada dimensión (Nielsen et al, 2013). Entre las muchas razones para no hacerlo se encuentra que la neurociencia ha desbancado la ocurrencia de que hay “personas de hemisferio derecho” y “personas de hemisferio izquierdo”. En base a esa ocurrencia se ha separado el trabajo de las emociones y los sentimientos de la dimensión intelectual, e incluso se ha llegado a decir que existen niñas/os que tienen desarrollado más un hemisferio cerebral que otro, llevando esto a una provisión educativa muy diferente en términos de ofrecer un “currículum de la competencia” para unos y un “currículum de la sociabilidad y emociones” para otros. De esta forma se produce y reproduce la desigualdad educativa y social.

Ya sabemos por la investigación científica que es posible trabajar al mismo tiempo la cognición de alto nivel y los mejores sentimientos que promueven sociedades más democráticas y pacíficas. Un ejemplo brillante son las Tertulias Literarias Dialógicas, en las que se leen libros clásicos de la literatura universal desde la primera infancia hasta la edad adulta avanzada. Esta actuación educativa de éxito ha demostrado mejorar la competencia lingüística y el rendimiento general en lengua, al tiempo que fomenta sentimientos y valores centrales en el desarrollo humano y social (Álvarez et al, 2016; Racionero, 2015) .

Sandra Racionero-Plaza, PhD

Ramón y Cajal Fellow

Directora del Departamento de Psicología de la Universidad Loyola Andalucía

Referencias

Alvarez, P., García-Carrión, R., Puigvert, L., Pulido, C., & Schubert, T. (2016). Beyond the Walls: The Social Reintegration of Prisoners Through the Dialogic Reading of Classic Universal Literature in Prison. International Journal of Offender Therapy and Comparative Criminology, online first. doi: 10.1177/0306624X16672864

Kandel, E. (2013). Principles of Neural Science. NY: McGraw.

Kidd, D. C. &  Castano, E. (2013). Reading Literary Fiction Improves Theory of Mind. Science, 342, 6156, 377-380.

Nielsen JA, Zielinski BA, Ferguson MA, Lainhart JE, Anderson JS (2013) An Evaluation of the Left-Brain vs. Right-Brain Hypothesis with Resting State Functional Connectivity Magnetic Resonance Imaging. PLoS ONE 8(8): e71275. doi:10.1371/journal.pone.0071275

Racionero, S. (2015). Reconstructing autobiographical memories and crafting a new self through Dialogic Lietrary Gatherings. Qualitative Inquiry. 21 (10), 920-926.

Salovey, P., Rothman, A. J., Detweiler, J. B., & Steward, W. T. (2000). Emotional states and physical health. American Psychologist, 55, 110–121.