En 1901, el psiquiatra alemán Alois Alzheimer identificó el primer caso de lo que se conoce hoy como enfermedad de Alzheimer en una mujer de cincuenta años de edad. Hoy, 115 años después, existen 47,5 millones de personas afectadas y cada año se incrementa en 7,7 millones. En España hay diagnosticadas cerca de seiscientas mil personas, de las que un 10% son andaluzas.

Pero, ¿qué es lo que pasa cuando alguien tiene Alzheimer? ¿Qué siente? ¿Cómo se siente? Supongo Inma-Sánchez-opinión-768x1024-768x1024que todas estas preguntas nos las hacemos todos los que, por desgracia, tenemos cerca a alguien que lo sufre. En mi caso, esa persona empezó con pequeñas pérdidas de memoria: no recordaba dónde había dejado algo, si había hecho algo, empezó a olvidarse de los nombres de las personas que conocía… y empezó a recordar muchas cosas de hace mucho tiempo como si hubieran pasado el día anterior.

En ese momento llegaron los ejercicios: colorear, pintar, hacer deberes, leer… Las hojas de revistas se mezclaban con dibujos de relojes, listas de familiares y descripciones de estaciones. Y de vez en cuando, alguna pregunta por sorpresa que se asemejaba más un examen por la cara que ponía cuando desconocía la respuesta.

Poco a poco, parecía que, por mucho que uno quisiera, por mucho que uno hiciera, la batalla se iba perdiendo poco a poco. Una lucha contrarreloj donde uno veía pasar las arenas irremediablemente hacia el otro lado sin poder hacer nada.

Recuerdo que, en esa época, lo peor era cuando se daba cuenta de lo que le estaba pasando, cuando comprendía que te había hecho la misma pregunta más de cinco veces y que por mucho que le respondieras, al poco tiempo la lanzaba de nuevo. En ese momento, en el que volvía a ser la persona que era antes, las lágrimas acudían a sus ojos y se te partía el alma sabiendo que nada estaba en tu mano.

Con el tiempo, los ejercicios fueron reduciéndose y los dibujos dejaron de colorearse, ya que cada vez era más complicado que no se perdiera en su memoria mirando fijamente un punto sin darse cuenta de que tenía la “tarea” delante. Es en ese momento cuando ves que la luz de su memoria se va apagando.

Y entonces llegó, por lo menos para mí lo fue, uno de los momentos más duros. Ese momento en el que tienes que convencer a esa persona de que algo en lo que ella cree firmemente en realidad no es cierto, de que se equivoca. No se tiene que ir a buscar a su padre porque desgraciadamente ya falleció, ese ruido no es lo que cree, no es verdad que esa persona le esté haciendo lo que dice… y así muchas cosas más.

Ahora ya ha pasado el tiempo aunque no mucho, la verdad, porque parece que esta enfermedad más que correr vuela y reconozco que se me ilumina la mirada cuando me mira y sonríe, que me encanta decirle cosas para que se ría, que cuando le miro a los ojos, sigo viendo a la persona que fue y que sé que sigue estando ahí.