Como directora y gerente de dos centros privados de idiomas, tengo la curiosa suerte de haber abierto cada centro en un siglo distinto con 20 años de diferencia. Mis centros se encuentran en ciudades pequeñas de Andalucía y el arranque de cada centro ha sido muy diferente.

JULIEMás allá de 1988, el alumno que franqueaba la puerta de nuestro centro buscaba algo distinto: no necesitaba el inglés para trabajar o estudiar. El primer contacto con el inglés comenzaba en el instituto, donde el francés era el primer idioma extranjero. Resultaba entonces atrevido estudiar en un centro donde los profesores eran nativos y sólo se hablaba en inglés en clase. Por muy adelantados que eran nuestros métodos de enseñanza (que se limitaban a la pizarra negra, la tiza, algún libro de texto y una cinta de grabaciones de las lecciones), el alumno se aferraba a la necesidad de tener una traducción simultánea de inglés a español. Los exámenes de la Escuela Oficial de Idiomas eran lo habitual. Los de Cambridge y Trinity sonaban a chino.

Pero, de repente, cambió todo. Los alumnos empezaban a estudiar inglés en 5º de EGB, los profesores se encontraban sin la preparación suficiente y comenzó la era de los CEP (Centros de Profesores). La aparición del método “bottom up, top down” -donde los profesores preparaban un proyecto para desarrollar en clase con sus alumnos, pero trabajando al revés, primero se elegía el tema y después se buscaban los textos, materiales y el lenguaje para enseñarlo- obligó a cambiar el “chip”.

Ya en los años 90, con la entrada de España en la Comunidad Europea y la Expo de Sevilla, creció el interés por aprender a hablar inglés. Pero quien acudía a nuestro centro seguía con la idea de que había que estudiar la gramática en español. Los adultos eran un bien escaso, pluriempleados y con poco tiempo para estudiar en una academia. Estudiaban por libre y aparecían en el centro semanas antes del examen oral para “practicar el habla un poquito”.

El segundo centro lo abrimos ya bien entrado en el siglo XXI, en circunstancias muy distintas. La recesión económica significó la vuelta de los adultos a las aulas. Sin empleo ni perspectivas de encontrarlo a corto plazo, la urgencia de saber bien y rápido el inglés y tener una certificación B1 o B2 nos obligó a abrir clases en horarios nuevos nunca pensados. Las aulas se llenaban por las mañanas desde temprano, los propios alumnos marcaban el tiempo para sacar su B1/B2 y poder marcharse al extranjero a trabajar.

Ahora, el alumno adulto es exigente, quiere garantías, conoce sus derechos y tiene poco tiempo para aprender. Se mueve en un mundo digital y desea aprender en aulas digitales con pizarras blancas y proyectores ebeam. El libro de texto digitalizado nos ha abierto un mundo distinto, tanto a profesores como a alumnos. Los alumnos necesitan el B1 para irse fuera, terminar su carrera o pedir una Erasmus. Las certificaciones de Cambridge University y Trinity College están ahora muy codiciadas.

El futuro de la enseñanza de idiomas es muy expectante. El perfil de nuestro alumnado ha cambiado: tenemos alumnos con menos de tres años, hasta prejubilados con tiempo sin ocupar. Y aunque el aprendizaje online está en auge, el profesor en el aula sigue siendo una pieza clave. Su formación y capacidad de adaptación permanente a estos cambios y al uso de nuevas estrategias de enseñanza marcará la diferencia y hoy, como hace 36 años, cuando nació ACEIA, sigue siendo nuestra prioridad: la actualización permanente del profesorado y una excelente y veraz enseñanza profesional.

Julie Hetherington

Secretaria ACEIA (Asociación Centros de Enseñanza de Idiomas de Andalucía)

Directora El Centro de Inglés, Andújar

Codirectora ECI IDIOMAS BAILEN SL