Me sorprendió escuchar esta frase por televisión hace unos días: “pues yo estoy felizmente en el paro”. Se trataba de uno de estos programas de entretenimiento, naturalmente seguí con interés el resto de conversación de esta señora de 44 años que se presentaba, y que trasladaba que el paro le permitía un periodo de descanso. El desenlace no viene al caso, sin embargo, me dio que pensar la frase, porque hablando expresamos la percepción de la realidad que vivimos y no vamos a ocultar que, para mucha gente, cobrar un subsidio de paro representa el “premio” a ciertos meses de cotización por un contrato de trabajo que se había extinguido y que le permitiría “tomárselo con calma” y “ya buscaré más adelante algún trabajo que me convenga”.

Por fortuna, este razonamiento no es común en nuestra sociedad y quiero creer que la mayoría de gente que pierde su trabajo se acoge a la prestación de desempleo entendiendo que es una aportación que hacemos entre todos, para aliviar su situación mientras está buscando activamente otro empleo.

Algo no entendimos, o no explicamos bien en estos años, ya que las personas vivimos y actuamos en función de los valores que aprendimos y que debemos tutelar y traspasar a los nuestros y al conjunto de nuestra comunidad. Pero, a la vista de lo que contemplamos todos los días, parece ser que se quedaron muchas cosas en el camino como, por ejemplo, la cultura del esfuerzo, luchar para conseguir algo, la educación que va desde el respeto y la actitud de escuchar al otro hasta ceder el asiento del bus a un anciano o una embarazada y, especialmente, el valor de comunicarse para entenderse y acompañarse.

Hay que decirlo abiertamente sin que nos duela, la digitalización, y todos los juguetes de que disponemos gracias a la tecnología, nos permiten estar más informados, seguir lo que hacemos en cada segundo, pero están lejos de ayudar a conocernos, no transmiten la emoción de una mirada ni nos permiten descubrir el alma del “otro” y, quizás, a lo máximo que aspiran sea a unir soledades individuales.

Cada uno debe determinar en qué persona quiere convertirse y, para ello, es importante la humildad, conocer e identificar aquello que es importante en tu vida y quieres mejorar.

Tus valores son el ADN que te permite elegir amigos, pareja, empresa en la que trabajar. Y en una sociedad en la que la tecnología no ayudará en nuestra comunicación, es el momento de conversar con compañeros, amigos, padres, hijos y no hacerlo por WhatssApp, la voz es el mejor camino para superar dificultades y dar la mano a quién lo necesita.

Vivimos en una sociedad muy competitiva, especialmente en el mundo empresarial, pero liderar con el ejemplo, con ética y valores es imprescindible, y es lo que marca la diferencia de las empresas y las personas.

El talento escaso hoy en día no se sitúa en una franja de edad ni sexo. A menudo, ya está invisible en las empresas y, quizás, no haría falta buscarlo en el mercado. Aprendamos a conocer a nuestros equipos. La comunicación es la clave para poder crecer juntos.

Si queremos transformar la sociedad y convertirla en un lugar en donde todos podamos tener un espacio, debe ser liderando con una visión amplia y conociendo los cambios que se producen: ni todos buscamos lo mismo ni es necesario. Las empresas que lideren con el ejemplo, ética, compromiso, conseguirán los mayores éxitos. Buena gente y gente buena.

Mª Angeles Tejada, Directora General  Public Affairs  Randstad

Presidenta de Honor FIDEM