Pues sí, ya está, se cumplió el primer pronóstico que no es otro que tomarnos en serio todo eso del COVID. También el segundo, o sea que el tema parece que irá para largo y, por tanto, tendremos que acostumbrarnos a vivir con eso y también con todo lo demás que rodea a esta pandemia y que nos obligará a sonreír con los ojos y taparnos la boca y la nariz, aunque en realidad el problema no está en la mascarilla reservada a nuestra vida social, sino en la actitud, por tanto, deberemos aprender a comunicarnos mejor y a practicar la empatía.

Quizás de todo eso que no está pasando, lo mejor sea que lleguemos a convencernos de que a partir de ahora hemos descubierto nuestra enorme fragilidad y ya nada será como antes. Porque eso va a transformar nuestras vidas  y esta crisis, como no podía ser de otra forma, ha puesto de manifiesto que también la economía debe gestionarse de otra forma. Se acabó subliminar el just in time porque no  puede anticiparse a tiempo el inventario, ni otras  formas de gestión basadas en ciclos productivos regulares. La pandemia ha puesto de manifiesto entre otras cosas que para dirigir hace falta anticiparse y adaptarse, pero, sobre todo, con autoridad y credibilidad, que lo teóricamente viable puede cambiar en un momento y que la emocionalidad no es un recurso, sino que es tan básico como la racionalidad.

Nos creíamos gigantes y resulta que somos enanos vulnerables, a merced de algo minúsculo que no vemos pero que resulta fatal para nuestra salud y convivencia, ni las pantallitas con sus miles de aplicaciones y apps  han servido para aliviar nuestro destino humano. Creo honestamente que el papel de la mujer en esta crisis ha sido decisivo y no solo por la capacidad de gestión en la gobernanza de algunos países, sino que nuestra capacidad para integrar la familia y los colectivos próximos manteniendo la motivación ha sido determinante para desarrollar el sentido de comunidad y recordar que pertenecemos a un “nosotros” al que queremos contribuir; también nos hemos familiarizado con el teletrabajo, con webinar, zoom y las conexiones a distancia, aunque ha sido para evidenciarnos que nada, repito nada, puede sustituir al trato personal, al contacto físico, a la mirada cercana al calor de lo humano, porque simplemente no nacimos para estar aislados, porque la comunicación es lo que nos hace crecer, no aprendemos solos y nuestra propia existencia trasciende cuando hay un legado que podemos dejar a los demás.

Hemos descubierto que el trabajar a distancia puede ser una buena forma de aportar producción especialmente en tareas que no requieren presencia física pero que también  se hará necesario regularlo, adaptarlo, llenarlo de derechos y obligaciones para empresas y trabajadores y, sin duda, llegará a ser muy útil. También claro está, para echarnos de menos y para darnos cuenta de lo importante que resulta vernos todas las mañanas, construir proyectos en común y sentir la generosidad de la mirada del otro, ya que el peor enemigo de nuestros tiempos quizás sea el “individualismo”.

Ahora está surgiendo una nueva etapa, la que debe permitirnos recuperar el tiempo perdido para acercarnos mucho más a lo que queremos, también para descubrirnos como hombres y mujeres muy iguales con la misma capacidad para sufrir juntos pero también para construir en común. Porque esta pandemia nos ha devuelto a la igualdad que las mujeres venimos revindicando durante siglos, pues unos y otras somos parte de un todo denominado humanidad y más vale que aceptemos que solo el camino de la complementariedad, el trabajo y la corresponsabilidad entendida en derechos y obligaciones nos ayudará a renacer y construir un futuro más justo para nuestros hijos.

Mª Ángeles Tejada

Directora General de Public Affairs de Randstad y Presidenta de Honor de FIDEM