Me duele que la política en España se vaya convirtiendo cada vez más en el territorio permanente del victimismo o de la queja. Bastaba escuchar a nuestros políticos durante la campaña electoral pasada. Me duele que nuestros políticos no duden en escenificar a diario el regodeo de enfrentarse una y otra vez a los adversarios con tanta acritud. Me duele que los españoles sigamos asistiendo a estos enfrentamientos dialécticos, a veces incluso, barriobajeros, sin merecérnoslo y que, además, nos quedamos con el sabor amargo en boca de constatar que para la mayoría de estos políticos existen otras prioridades antes que la de servir con lealtad a España y a los españoles. Me duele ver cómo, a menudo, el poder personal, el posicionamiento del partido o la ideología a la que obedecen, vayan por delante de cualquier otra cuestión que ayude al desarrollo de nuestro país.

El malestar de muchos españoles es comprensible y atendible.

Después de los resultados de las elecciones, hay incluso más razones para no estar tranquilos. Los radicales y nacionalistas y la extrema izquierda de Podemos amplían su poder para seguramente seguir enredando con cuestiones ideológicas, sin tener en cuenta las verdaderas preocupaciones de los españoles, que lo que quieren es despejar el horizonte de la economía, asegurar el modelo de bienestar, acrecentar nuestra posición en el mundo, fomentar la cultura emprendedora y un etc. de cosas muy concretas.

Veremos a ver qué pasa también con la cuestión del independentismo en Cataluña, aún no nos hemos recuperado del golpe a la democracia que dieron el año pasado y parece que este será el “ruido” que seguiremos escuchando en los próximos cuatro años. A todo esto, hay que sumar que el panorama económico no pinta en Europa demasiado bien. En España nos estamos acostumbrando a no ver venir las crisis, que, aunque nunca son bienvenidas, tampoco son inesperadas. No se entiende cómo ningún político habló durante la campaña electoral de ese futuro que no cesa de enviarnos señales de alarma, siendo tan evidente el frenazo que va a empezar a sufrir nuestra economía tras haber dejado ya el punto de máximo crecimiento del ciclo, mientras nos recuperábamos de la anterior crisis. Las incertidumbres geopolíticas, la situación desastrosa en Italia, el parón de producción y crecimiento de Alemania y Francia y las consecuencias del Brexit, más los varios proteccionismos que emergen en el mundo, no dejan de crear incertidumbres.

Decir que la economía va bien y hacer gestos de “café para todos”, aumentando el gasto público, lo entiende todo el mundo por razones electoralistas durante las campañas electorales, lo que se va entender menos es la subida de impuestos que se avecina y que tendrá como consecuencia menos consumo y menos contrataciones laborales.

Antes o después pagaremos las consecuencias y esperaremos a nuevas elecciones para que alguien hable con responsabilidad de “las cosas de comer” y se ponga a arreglar desaguisados; mientras tanto, no queda más remedio que capear el temporal que se avecina.

Manuel Bellido

Director de Grupo Informaria