Si echo la vista atrás, desde mi infancia y adolescencia en Jerez hasta hoy, constato que siempre, llevando en mi mochila más dudas que certezas, he vivido inmerso en un constante diálogo, conmigo y con los demás.

Desde el interrogante y curioso diálogo de la niñez, al esperanzador y optimista de la adolescencia, al denso y rompedor de la juventud, al plural y poliédrico de la madurez, siempre he intentado ponerme en discusión más allá de las modas, de la cultura circunstancial y relativista de cada estación o de lo políticamente correcto. He aprendido a caminar con personas de pensamientos y vivencias opuestos a OLYMPUS DIGITAL CAMERAlos míos sin preocuparme de las diferencias dogmáticas que a menudo impone la cultura política de nuestros días. Muchas historias, muchas personas, muchas ideas, buenas y malas prácticas, en cada caso afrontadas por mí, sin perjuicios y con pasión, han ido dando sal a mi vida. También he ido encontrando en el camino materia para reflexionar sobre ese anhelo de libertad que ha recorrido la historia de la humanidad, dando vida a movimientos políticos, ordenamientos jurídicos y sistemas económicos que han ido cambiando la sociedad, modificando tradiciones y costumbres, generando símbolos e identidades culturales. Un amasijo de realidades que ha aumentado la potencialidad de elección del ser humano pero que, a veces, también lo ha encerrado entre los límites de concesiones radicalmente individualistas de la existencia humana, haciéndolo prisionero del consumismo o amarrándolos y subyugándolo a los aparatos políticos y tecno-económicos del momento.

También me han aportado mucho a la reflexión y a la acción esa gente que he encontrado al borde de los caminos y en las periferias de la sociedad, perdidos, la mayor parte de las veces, en un anonimato sordo y mudo. He intentado a través del periodismo que milito dar voz a esos “sin voz” mostrando la realidad que viven y la “no-existencia” en la que sobreviven, condenados a veces a sufrir las peor de las indiferencias.

Nunca me ha gustado mirar desde de las ventanas los acontecimientos como un mero espectador distraído, no me gusta sentarme en el tendido, prefiero bajar al ruedo. Sé que es habitual en los españoles caer en dos errores: en el de la depresión ante los acontecimientos, o en el de la lamentación estéril o la irritación sin más. ¿Qué hacer por tanto ante el aumento de la política-espectáculo en nuestro país, hecha de ataques verbales acompañados de amenazas y de demagogia? ¿Qué hacer ante una política que persigue éxito, aplausos, votos y poder, no sobre la base de programas creíbles y realizables, sino sobre la base de promesas y prospectivas genéricas? ¿Qué hacer ante el cuadro de relaciones conflictivas entre partidos donde se hace frente común solo para derribar a un tercero, degenerando la política de pactos que terminan por perseguir solo el reparto de poder y no la búsqueda de valores comunes y el bienestar de los ciudadanos?  ¿Qué hacer ante la ilógica actitud de quien vence, al sentirse autorizado a prescindir de las razones de la oposición solo por el hecho de haber vencido? ¿Qué hacer ante el bombardeo mediático que, día a día, pone solo en evidencia lo conflictivo, lo que enfrenta y lo que divide, deshuesando todo hecho, aunque de carácter positivo, poniendo bajo la lupa y los reflectores el único pelo negativo que se pueda encontrar en ella?  Nos estamos acostumbrando en España a que no haya un diálogo que busque la verdad, a que no haya proyectos comunes entre los partidos políticos, a encontrarnos cada día con una nueva brecha que nos separa, a usar la historia, la igualdad o la violencia de género, la seguridad, el terrorismo, las pensiones y todo lo que se tercie como arma para enfrentarnos y dividirnos. Todo sirve para echar leña al fuego, para mirar al pasado y no para pensar en un proyecto de país mirando al futuro, partiendo de ese gran éxito colectivo que es la Constitución y que ha proporcionado a nuestro país un marco de convivencia, libertad, apertura y progreso sin precedentes. Populismos de viejo o nuevo cuño están deprimiendo y llenando de pesimismo el día a día de un pueblo que no quiere ser así, que cuando ha trabajado unido en la pluralidad ha conseguido los mayores logros. Es la hora de la sociedad civil. ¿Qué podemos hacer cada uno? Vale la pena preguntárselo.

Manuel Bellido

@mbellido

Director del Grupo Informaria