¿Vivimos concentrados o desconcentrados en la sociedad actual? Me hago siempre la misma pregunta cuando veo a alguien hablando por el móvil mientras conduce, escribe un WhatsApp mientras camina por la calle, escucha música a todo volumen mientras trabaja o escribe un texto y al mismo tiempo responde con el “manos libres” al teléfono. Cerca de mi casa hay un colegio y a menudo coincido volviendo a casa al mediodía con la salida de los alumnos. Es raro el día en que uno de estos chavales no se tropieza con alguien mientras cabizbajo van escribiendo en sus móviles o repasando sus redes sociales. Un verdadero peligro.

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Vivimos bajo la presión de constantes reclamos, incitados a responder a toda velocidad, sin tregua, con acciones, palabras y gestos, sin ni siquiera tener la posibilidad de reflexionar y argumentar nuestra respuesta. Por eso, el mundo en el que nos ha tocado vivir proyecta a veces una sensación de atolondramiento y de saturación de informaciones, comunicaciones, afanes e instancias. Voces, ruidos e imágenes desfilan a toda velocidad delante de nuestros ojos y de impulso reaccionamos, con el riesgo de tropezar física o psicológicamente por falta de reflexión y ponderación. Y con el grave riesgo de equivocarnos.

El tiempo pasa raudo y veloz, todo es “para ya”, en muchos momentos se nos invita a anticiparnos, a vivir por adelantado los cambios que vendrán. Es como si estuviéramos avocados a ser los personajes de un spot publicitario que en 20 segundos viven intensamente una historia llena de emociones, de riesgos y de decisiones.

Este ritmo alocado e impetuoso hace que parte de nuestra juventud devore la comida, atraviese la calle antes de llegar al paso de peatones más cercano, se obsesione y se obceque por conseguir el producto  más novedoso, lo último que ha llegado al mercado tecnológico, la prenda de vestir que se acaba de poner de moda…

Quizás se agarran a la idea de que la flor que hoy admiran, mañana estará muerta… y antes de extasiarse con el perfume de la que tienen delante, piensan ya en cortar del jardín una nueva.

Y, sin embargo, la frustración les sofoca cuando se desesperan porque ese mañana codiciado no llega nunca, porque nunca el porvenir es lo que se supone que tenía que ser.

No se puede subir una montaña a toda prisa, las grandes hazañas necesitan tiempo y esfuerzo para que, llegados a la cima, la mirada libre de toda ansia pueda observar serenamente el paisaje.

Me decía hace años Deodat, un africano nacido en una aldea en las faldas del Kilimanjaro, que los europeos tenemos los relojes, pero ellos tienen el tiempo.

A menudo, envidio a uno de nuestros grandes de la literatura, Calderón de la Barca, quien repetía a menudo que afortunado es el hombre que tiene tiempo para esperar.

¿Será que el tiempo es algo que tenemos que crear? Una cosa a la vez. No todo puede ocurrir al mismo tiempo.

Manuel Bellido
Director del Grupo Informaria
@mbellido