La escritora Carmen Ramírez escribía todos los meses la última página de Mujeremprendedora, que entonces se llamaba “Pincelada final”. Unos meses antes de morir, durante una conversación sobre feminismo y feminidad, Carmen me comentó que la mujer tiene mayor facilidad de comprensión de las realidades espirituales que envuelven al ser humano. No era difícil para mí comprender la profundidad de su observación, habiendo tenido la gran fortuna de conocer y relacionarme con mujeres extraordinarias de las que tanto he aprendido y de las que tanto amor he recibido. No puedo negar, por tanto, ateniéndome a tan sublimes e interesantes experiencias, que la mujer deja su huella peculiar cuando desempeña cualquier tipo de quehacer o establece una relación. Aceptar esta característica es una fortuna, desconocerla empobrece la visión de la vida.

He leído a grandes escritoras, feministas, sociólogas y científicas que han ofrecido al mundo su visión sobre el papel de la mujer en la sociedad. Me he esforzado en descubrir el pensamiento de algunas relevantes mujeres como Marie Cardinal o Simone de Beauvoir que me han hecho reflexionar y abrirme a un universo que no siempre los hombres conocemos en profundidad. Simone de Beauvoir, en uno de sus textos, afirmaba, aunque en sentido no positivo, que la mujer llega a ser mujer frente a la mirada del varón. Recuerdo que aquella primera vez que leí esta idea pensé que tendría sentido afirmar que el varón no es verdaderamente hombre más que en relación con la mujer. No lo digo como enunciación de una teoría, sino porque a menudo, la mirada de una mujer ha sido la eficaz herramienta para descubrir mi auténtico ser y un acicate para crecer, ser mejor y superar esa cierta inclinación a la superioridad y a la autosuficiencia.

La vida me ha concedido tener madre, hermana, esposa e hija, de las cuales he recibido las experiencias de donación generosa, de receptividad activa, de intimidad acogedora, de emociones y atención, un arco iris de realidades que ha coloreado mi vida de acogida, de creatividad fecundante y de inteligencia emocional.

En esa mirada de la que antes hablaba he descubierto siempre ojos que derraman vida y ojos expectantes a ser mirados. Mirada distinta de la del hombre que, a menudo, desafía con el ansia de conquistar y, a veces, desgraciadamente, también poseer y dominar.

La vida es un verdadero regalo si el respeto, el afecto, la compresión entre el hombre y la mujer se realizan en armonía. Sin embargo, cuando creemos bastarnos a nosotros mismos, cuando nuestras miradas no son el reflejo del agradecimiento, de la delicada ayuda y de la acogida y no derraman ternura, caemos sin darnos cuenta en el caos del egoísmo, del odio y de la destrucción, desconectados de la esencia de la vida.

El 22 de octubre pasado escuchaba esta frase que dirigía el Papa Francisco a un grupo de peregrinos en la plaza de San Pedro: “Dialogar, escuchar, decir las cosas con suavidad, no ladrar al otro, no gritar, ¡eh!, tener el corazón abierto (…) salir de nuestro pequeño mundo”. Me parecía una buena actitud para descubrir con la mayor plenitud, la fortuna, la belleza y el destino de esta fugaz existencia donde la mujer ocupa un papel primordial en el ámbito familiar, político y social, que urge conocer y reconocer si queremos hacer de este planeta un lugar más confortable y vivible.

Manuel Bellido
Director del Grupo Informaria
@mbellido