Dentro de unos días viajaré para encontrarme con amigos que no veo desde hace muchos años. La amistad, que no depende de cosas como el espacio y el tiempo, hace que se mantenga una llama encendida en el corazón que nada puede apagar, ni siquiera treinta años de ausencia.

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Manuel Bellido

A veces sucede algo extraordinario. Como en las películas que veíamos en nuestra infancia, donde los indios en una colina elevada encendían una hoguera con hierba, ramas, hojas secas y humedecidas para mandar señales a otros indios que vivían al otro lado de la pradera, también nosotros, en ocasiones excepcionales, descubrimos señales o escuchamos sonido de tambores lejanos que proceden de nuestros amigos y que nos llaman al encuentro. Entonces emprendemos el camino, porque no es bueno parar la urgencia y las prioridades del corazón. Soplamos sobre nuestras propias alas e iniciamos el vuelo para volar al cielo conocido de los amigos, mientras nos dejamos llevar por un viento de impaciencia entre nubes de esperanza. Aún no he viajado y, sin embargo, siento ya que estoy llegando, que los pulmones repletos de oxígeno expanden mis costillas, que el alma se inquieta y se estremece de la emoción, que mi piel presiente ya mañanas frescas de caminatas en las deliciosas colinas toscanas y ocasos de chimeneas cantando viejas canciones que abrirán los cajones de recuerdos, amores y sueños. Sé que volveré a encender cometas robándole horas a mi antigua ingenuidad.

Quizás este encuentro llega demasiado tarde y quizás nos dejaremos demasiado pronto; quizás esos momentos serán una especie de música sin texto; quizás el tiempo no nos perdone y corra demasiado deprisa; quizás la despedida será como un arado que volverá a abrir un surco y removerá el suelo de nuestra vida cotidiana. O quizás el reencuentro haga de cedazo para  cernir y cribar todo aquello que es inútil, que no es vida.

Dibujo ya la escena con los ojos del corazón, imagino la carrera de cada uno en estos años para llegar a esta meta volante donde, vencedores o vencidos, viviremos por un momento la gloria de haber corrido y, por consiguiente, vivido. No sabremos nunca lo que hubiéramos sido si no nos hubiéramos conocido.

¡Qué raro y maravilloso será ese instante en que nuestras miradas se vuelvan a encontrar! Hoy me siento rico, no por el dinero que conservo, sino por esos amigos que aún conservo. Me prometo, haciéndole caso al proverbio indio, recorrer a menudo desde ahora en adelante la senda que lleva al huerto de mis amigos. No sea que la maleza me impida ver el camino

Manuel Bellido
Director del Grupo Informaria
@mbellido