A lo largo del mes de septiembre, miles de jóvenes han realizado la selectividad y han tenido que elegir el grado que deseaban estudiar. Una elección de gran magnitud que, aunque muchos no sean conscientes, condicionará su futuro. Las carreras “de toda la vida” compiten con los dobles grados y las nuevas titulaciones en un escenario en el que el mercado laboral no es capaz de absorber a los graduados universitarios. Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC), las finanzas o la dirección de empresas son las principales preferencias de los estudiantes, ya que no hay duda de que son los sectores con una tasa más alta de empleabilidad.

De este modo, nos encontramos con un panorama en el que las humanidades han perdido todo su María-Canovalor. La lingüística, la poesía, la oratoria, la historia, la filosofía o las artes, entre otras disciplinas, han pasado a un segundo plano en apenas unos años. Por un lado, hay quienes las aborrecen, otros las consideran “inútiles” y también están los que en contra de su deseo prescinden de ellas por su escasa salida laboral.

En este punto, es necesario preguntarse: ¿a dónde nos conduce esta tendencia marcada por la deshumanización? ¿Queremos un mundo protagonizado por máquinas y robots? Por mucho que pasen los años, siempre será necesario indagar en la historia, profundizar en la lingüística y en la poesía, estudiar las diversas formas de expresión artísticas y culturales o analizar la lógica cualitativa de la filosofía. Todo ello marca la razón de ser de la sociedad. De esta manera, lo ideal sería buscar un modo en el que fusionar las diversas áreas de conocimiento, integrar los estudios con el fin de adaptarlos al momento y la realidad en que vivimos, y así impulsar nuevamente estas ramas de conocimiento imprescindibles para la sociedad, esas titulaciones que quedan desiertas ante la impotencia de docentes y profesionales. Y, de este modo, evitar además que los jóvenes escojan una opción que no desean en el erróneo intento de la búsqueda de un futuro “mejor”.

No tengo que ir muy allá para ver el error de estudiar algo por practicidad. Yo misma fui una de esas personas que haciendo más caso de la razón que de la pasión opté por una licenciatura que no despertaba mi vocación. Apenas un año más tarde, supe enmendar mi error y tomar el camino que realmente deseaba, casualmente en línea con las humanidades.

Aun así, he de reconocer que muchas han sido las veces que me he preguntado si había hecho bien en volver atrás. Si había sido acertado optar por una de esas carreras que todos describen como “sin salida” en un mundo también calificado como “sin salida”, y no continuar con una licenciatura del ámbito científico con la que hipotéticamente tendría más posibilidades de obtener un trabajo de mayor calidad y en menor tiempo. Estas preguntas han revoloteado cientos de veces por mi cabeza, especialmente cuando echaba un vistazo a mi alrededor y contemplaba como el desempleo juvenil llegaba a unas cifras nunca antes alcanzadas y la desesperanza me sobrecogía tanto a mí como a quienes me rodeaban.

Tras los años y viéndolo con perspectiva, soy consciente de que tomé la decisión correcta, que con esfuerzo y tesón se alcanza lo que se desea y que, aunque siempre es adecuado analizar todas las opciones posibles, no debemos dejar de lado aquello que deseamos por miedo a fracasar. Porque es precisamente esa elección, la que determinará nuestra felicidad.

María Cano Rico

Periodista