Hace casi seis años se juntaron todos estos ingredientes y creé, junto a un equipo espectacular, Grow.ly. Una plataforma de crowdlending que conecta a empresas que necesitan un préstamo con multitud de inversores que buscan obtener rentabilidad para sus ahorros. Un solo préstamo es financiado por multitud de inversores y un solo inversor puede financiar a multitud de empresas diversificando así su cartera.

Por aquel entonces tenía 23 años, llevaba poco más de un año en el mundo laboral y me lié el manto a la cabeza. Cuando me preguntan el proceso que seguí soy siempre sincera: fui un poco (o muy) inconsciente. Y creo que eso es algo que tenemos muchos emprendedores: no terminamos de tener claro dónde nos estamos metiendo. Podemos haber hecho un plan de negocio, podemos conocer muy bien a la competencia, podemos haber trabajado en el sector… pero nunca, nunca, sabes lo que es montar una empresa y los problemas con los que te vas a encontrar hasta que lo haces. En mi opinión, esa realidad se vuelve aún más compleja si lo que haces es crear una startup. La diferencia en este sentido radica en que crear una startup, al contrario que crear una empresa tradicional como, por ejemplo, un restaurante, significa que estás desarrollando un modelo de negocio que no sabes si va a funcionar: puedes terminar haciéndote de oro, pero hay altas probabilidades de que te salga mal. Y esa es una realidad a la que cuesta enfrentarse.

Por eso, cuando me preguntan sobre mi experiencia emprendiendo, no suelo pintarlo como un camino de rosas por un motivo muy simple: no lo es. Es lo más difícil a lo que he tenido que enfrentarme en mí, todavía corta, vida. Me ha traído muchas alegrías, sin duda, pero solo yo sé los dolores de cabeza que también ha supuesto. He visto demasiados mensajes bonitos que obvian cosas fundamentales en el emprendimiento: la búsqueda de capital es larga, agobiante, compleja y te exprime toda tu energía. Gestionar al equipo, aunque sea pequeño, es complicado y no tiene nada que ver con gestionar personas en una empresa de la que no eres dueño: la implicación emocional que tiene tu propia empresa hace que esperes que el resto sientan tu proyecto igual que tú y eso es prácticamente imposible. El día a día es una montaña rusa constante, con más noticias malas que buenas (especialmente al principio) y hay que tener mucha perspectiva para no venirse abajo.

Si a todo este cóctel molotov le añades un último componente, ser mujer, la realidad a veces todavía se vuelve más compleja. Muchas veces me han preguntado qué creo que habría funcionado mejor si hubiera sido hombre, pero la verdad es que no tengo ni idea, porque no he podido vivir esta misma experiencia desde los zapatos de un hombre. Es verdad que ahora hay una cierta discriminación positiva de la que nos beneficiamos las mujeres emprendedoras como yo: al ser menos tenemos, más visibilidad. Pero sí que la sensación general es que parece que se nos exija más y nos enfrentamos en muchas ocasiones a situaciones incómodas, mucho paternalismo y mucho, mucho “mansplaining”.

Después de toda esta dosis de realidad que acabo de escribir la pregunta seguramente para muchas será: ¿entonces compensa? Pues, a pesar de todo esto, yo doy un sí rotundo, pero con un matiz: solo si tu proyecto te apasiona. Si es el caso no lo dudes, siempre compensa.

Mireia Badia

Mireia Badia lidera Grow.ly, una plataforma online de crowdlending donde multitud de pequeños inversores prestan financiación directamente a las empresas, impulsando sus posibilidades de crecimiento. Grow.ly ayuda a las pymes españolas a crecer y desarrollarse, reduciendo su dependencia de los bancos, dándoles acceso a financiación y generando crecimiento y desarrollo. Mireia Badia ha sido finalista en el concurso mundial de Visa para mujeres emprendedoras en el que participaron 1300 personas de todo el mundo. Además, fue galardonada como Mujer emprendedora Fintech en Fintech Awards 2019 e incluida en el ranking Forbes 30 Under 30 España 2018.