Ahora que la famosa “desescalada” es ya una realidad, aunque dependiendo de la zona del estado y del planeta, para unos más que para otros; todos nos planteamos cómo va  a cambiar nuestro día a día y nuestras rutinas la vuelta a la vida post-confinamiento, porque nos guste o no y llamemos como llamemos a esta etapa (nueva era, nueva realidad, fase X…), lo cierto es que supone cambios sobre nuestra forma de relacionarnos con el entorno y con los demás.

Una de las grandes preocupaciones es la incorporación al trabajo, contando siempre que seamos de los afortunados que aún lo conservan. No hay duda de que prácticamente todos los sectores y gremios de este país se han visto y se verán  afectados en mayor o menor medida por esta crisis sin precedentes, soy consciente de ello, pero permítanme  que me centre en el mío, uno de los más castigados, ignorados y en muchos casos atacado:

LA CULTURA, ese bien preciado y protegido en países tan próximos como Portugal o Francia, donde son patrimonio estatal y orgullo nacional.

Parece que aquí, ni las instituciones ni parte de la ciudadanía comparten la misma opinión. Pero, en momentos como este, donde hemos pasado más horas que nunca en nuestras casas, hemos recurrido a la cultura para sobrevivir: libros, música, cine, televisión… no deberíamos olvidarlo, porque de la cultura y la educación, dependemos para ser una sociedad libre, sana, con espíritu crítico y opinión propia. Puede que eso no interese a algunos y, por eso, sufra estos ataques frontales, pero es un pilar fundamental al que todos tenemos derecho a acceder y que debería ser tratado como lo que es, un bien DE PRIMERA NECESIDAD y no un artículo de lujo.

Una de las pocas ventajas de esta crisis, es que ha conseguido acercar la cultura de forma accesible a millones de hogares, con accesos online y, en muchos casos gratuitos, a bibliotecas, museos, revistas, películas, música, conciertos…incluso teatro. Y aquí viene el meollo de la cuestión que da título a este artículo. ¿Qué va a pasar con mi amado teatro, que depende del directo, que no tiene sentido sin el público? Sin la presencia del espectador, parece que este arte milenario carece de sentido. Creo ciertamente que se aproximan tiempos difíciles, de aforos reducidos, temáticas adaptadas y compañías trabajando en precario. No olvidemos que detrás de cada espectáculo y sala, hay miles de familias y trabajadores que no saben cuando van a poder volver, ya que hemos sido los primeros en retirarnos y seremos de los últimos en reincorporarnos. Efectivamente, nos enfrentamos a una nueva realidad del sector en la que tendremos que adaptarnos y encontrar nuevas fórmulas, porque lo que está claro es que, si hemos sobrevivido 3.000 años, a esta pandemia también vamos a sobrevivir. La cuestión es cómo y a qué coste, porque el tema de la conciliación es otra de las circunstancias que traerá consecuencias directas para las familias y, sobre todo, para las mujeres, pero ese otro melón que se merece un artículo propio.

¡Nos leemos en julio, en otra estación y otra fase… mientras tanto, cuídense y CARPE DIEM!

Mónica Regueiro

Actriz y productora

Fundadora de ProduccionesOff