Un mes más tarde y entrando en nuestra séptima semana de confinamiento, al comienzo de la famosa desescalada y con cuatro fases por superar, me pregunto hasta qué punto saldremos cambiados de todo este proceso. Esa tan ansiada vuelta a la “nueva normalidad”, por mucho que a algunos les incomode el término, es deseada por todos… ¿o no tanto?

La respuesta es que cada vez más, me encuentro con testimonios cercanos y de desconocidos, que están felices con su situación personal de encierro. Por supuesto, siendo conscientes de la cantidad de pérdidas humanas y  de lo terrible de la situación para muchos. Pero aquí hablamos de la vivencia personal de cada uno durante este aislamiento, que no siempre se está sintiendo como un problema, en muchos casos todo lo contrario, está resultando un regalo.

En este grupo para el que el aislamiento (insisto, no la crisis social y sanitaria que  ha desencadenado) está resultando una bendición, se encuentran personas que lo están viviendo en soledad y les está sirviendo para ordenarse, encontrarse, crear nuevas rutinas que ansiaban tener y no podían por falta de tiempo, profundizar en hobbies o habilidades dormidas, o desarrollar proyectos aplazados en los que no podían volcarse antes de la cuarentena. También familias, con y sin niños, que pueden por fin sentarse a la mesa y disfrutar de tiempo juntos, nuevos teletrabajadores que descubren las ventajas de no moverse de casa y de repente tener tiempo para todo porque aprovechan más la jornada… cierto es que también existe la situación contraria (aquellos que trabajan más horas de media desde casa, los que viven un espacio de 50 metros con tres niños sin escuela y no saben como se las arreglarán para reincorporarse a su trabajo, si es que hay trabajo…)

Evidentemente, cada uno siente esta situación de acuerdo a las múltiples circunstancias que le rodean, pero me llama la atención la cantidad de personas que agradecidos por no tener ningún familiar enfermo, ni haber sufrido ninguna pérdida, a pesar de la incertidumbre laboral y de no saber muy bien qué va a ser de sus vidas cuando todo esto acabe, viven felices en su aislamiento y sacan provecho de él. ¿Estaremos ante un nuevo tipo de agorafobia? ¿un miedo a recobrar de nuevo la tan ansiada “libertad” con lo bien que estamos ahora en nuestra pequeña burbuja con todas nuestras necesidades cubiertas?

He de reconocer que yo misma lo he sentido un poco, el primer domingo que salí a hacer ejercicio y vi la cantidad de gente que había en las calles, sentí un rechazo que no había sentido en los múltiples paseos con mi hijo. Estos los viví de una manera tranquila y resultaron de lo más agradable. Pero al estar acostumbrada a pasear por calles vacías y ver de nuevo la multitud en ellas, aún respetando las distancias, todo me pareció agobiante y peligroso.

¿Seremos capaces de sentarnos en una terraza a disfrutar de una café o una caña sin que nos surjan dudas, de cruzarnos con nuestro amigos y no besarles, de mantener a los niños separados, de no tener ningún tipo de contacto físico con desconocidos? y un largo etc.

Claramente, nos guste o no y llamemos como llamemos a esta nueva etapa que vamos a afrontar, como decía El Canto del loco “Ya nada volverá a ser como antes”. Quizá mantenernos en nuestra pequeña burbuja, haga que no tengamos que pensar mucho en esa “nueva realidad” que aún no sabemos muy bien como afrontar y que se presenta bastante incierta.

De momento, los que tienen (tenemos) el privilegio de vivirlo en cierta manera como un regalo, aprovechemos el día a día. Más que nunca, CARPE DIEM amigos.

Mónica Regueiro

Actriz y productora

Fundadora de  ProduccionesOff

www.produccionesoff.com