Nos abrazamos entre lágrimas y barro, no hizo falta palabras, ambas sabíamos qué estábamos sintiendo. Es un dolor de los que no sabrías si es bueno o malo, pero que duele por dentro. El pecho se abre, el corazón te late fuerte y las piernas sostienen tu orgullo.

Cruzas una meta ansiada, entrenada a veces en la más pura soledad y otras rodeada de grandes 1521864_10201349307714874_1977941137_namigos que te impulsan a seguir. Pero no sólo cruzas una meta, sino que brota en tí una nueva ilusión y una frase vuelve a tu cabeza “lo conseguiste”. Después sabes que vendrá el “podría haberlo hecho mejor”, pero eso, vendrá más adelante. Ahora te quedas con tu segundo de gloria, que te arde por dentro, y sonríes mientras las lágrimas te caen lentamente por la cara. La boca la tienes llena de saliva y arena; tu cara ya no es la misma después de tanto esfuerzo y tu cuerpo encorvado te recuerda que estás agotada.

Ninguna meta es igual para todas las personas. Todas tienen un motivo diferente que puedes recordar aunque pasen los años y, es curioso, porque a veces somos incapaces de decir lo que hemos hecho el día anterior, pero la emoción nos hace estar vivos. Es esa la energía que nos impulsa y guía el camino. Aunque creas estar muerto en vida, sigues latiendo. Todo nos genera emoción y, si eres consciente de eso, nada puede detenerte.

A veces me han preguntado cuál es mi mejor meta. Y siempre respondo: TODAS; porque me dejé la piel, porque detrás hay personas que me hacen sentirme grande y libre, por las vivencias que me hicieron continuar hasta el final.

Antes pensaba que la meta era mi final de todo. Con el tiempo, voy aprendiendo que no es el final, sino el comienzo de algo diferente. Es tanto lo que se aprende durante el camino hasta llegar a ella, donde le das al botón de stop para al día siguiente darle nuevamente a start y emprender otro camino que lleva las marcas del anterior.

El cuerpo humano está hecho a trozos que se van uniendo y tejiendo como una colcha para la cama. Comienzas a coser por el centro con hilos hechos de perseverancia, actitud, amor, y un largo etcétera; después, vas añadiendo retales que fusionan y le dan un color diferente. Con ella puedes cubrirte siempre y, a la vez, dejarla guardada por un tiempo, pero te bastará mirarla para saber de dónde procede cada retal y querer colocártela nuevamente.

Opino que la vida es para cruzarla cada día con segundos de orgullo, con cuerpos cansados de dar lo mejor de uno mismo, con palabras de agradecimiento a lo que te rodea, con la sensación de que podrías dar más y lo harás. La vida se hace día a día, al recorrer cada kilómetro con valentía y humildad, al saber pedir perdón y perdonarte, al caerte mucho y levantarte rápido con la lección aprendida, al desnudarte en un día de lluvia y sentir frío, al terminar con los labios enrojecidos de besar y con el aliento perdido.

La vida es, en definitiva, una meta continua que me encanta cruzar con los brazos en altos, mirando al cielo y con una sonrisa imborrable.

Sonia Macías
Ultrafondista y co-creadora de La Princesa del Desierto
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Imágenes de Álvaro Cuadrado