Perteneciente a la alta burguesía de mediados del XIX, su prosperidad familiar sufrió un enorme revés, que supo transformar en solidaridad y emprendimiento

A finales del siglo XVIII y principios del XIX se produjo un gran éxodo de población española desde el interior a las costas en busca de prosperidad, alentados por la incipiente industrialización y el auge del comercio en zonas con actividad portuaria. Fue así como llegaron a Málaga importantes familias de distintos puntos geográficos, nacionales e internacionales, como los Larios, Heredia, Castel, Loring, Livermore o Huelin, entre otros, que desempeñarían un papel fundamental en la vida económica y social de la ciudad.

Manuel Agustín Heredia fue una de las personas más destacadas en este escenario y el estrecho vínculo Heredia-Larios-Loring hizo posible la fundación del Banco de Málaga, la construcción del Hospital Civil o el ferrocarril Málaga-Córdoba. Tales eran los lazos entre estas familias que muchos de sus miembros se casaron entre sí. Una de las hijas de Manuel Agustín, Amalia Heredia Livermore, coleccionista, investigadora, filántropa y promotora de las artes y la cultura en España contrajo matrimonio con Jorge Loring, marqués de la Casa Loring, junto al que creó el conocido Jardín Botánico La Concepción de Málaga.

Dos de los hermanos de Amalia, Manuel y Tomás Heredia, unieron sus vidas a Trinidad y Julia, las dos hijas del ex cónsul de Prusia en Sevilla, Federico Grund. Pronto establecieron su hogar en la Alameda, símbolo del poder socioeconómico malagueño de la época. Con esta diversidad de sagas familiares influyentes, y en una ciudad que ha sido cuna de personajes y artistas de renombre, ¿por qué una joven burguesa ha dejado su legado en una calle y una plaza de la capital, llevando ambas su nombre?

Trinidad Grund disfrutó de las atenciones de la alta burguesía los escasos cuatro años que duró su matrimonio. Con dos niñas pequeñas y embarazada de su tercer hijo, su marido se quitó la vida durante una cacería familiar. Solo cuatro meses después, su bebé enfermó y también pereció. Estas dos tragedias hicieron que se recluyera en casa, pero seguía teniendo dos hijas a las que atender. Unos años más tarde, y animada por su familia, viaja con ellas y otros parientes a la Feria de Sevilla a bordo del lujoso vapor Miño, que, antes de llegar a Cádiz, naufraga, dejando muy pocos supervivientes. El vestido de Trinidad queda enganchado a unos restos del barco y pudo ser rescatada con vida, no así sus dos hijas.

Este nuevo revés supuso un antes y un después para ella, pues, habiendo perdido a toda su familia, decide dedicar el resto de sus días y su fortuna a proyectos benéficos, sobre todo ligados a la educación y la sanidad. Es así como puso en marcha el Asilo San Manuel, que acogía a niños huérfanos y personas necesitadas de Málaga. En él se impartían clases, había un obrador de pan y un planchador en el que se formaba a mujeres sin oficio. También participó, entre otros, en la creación del Colegio de San Juan de Dios La Goleta, para que los trabajadores de las fábricas cercanas pudieran dejar allí a sus hijos para ser educados y alimentados; del Asilo de los Ángeles y de la Capilla del Hospital Civil. Asistió, además, a los afectados por las epidemias de cólera y tifus que asolaban la ciudad en aquellos años.

De profundas convicciones religiosas, su labor le valió que Isabel II le concediera la banda de las Damas Nobles de la Orden de María Luisa, que posteriormente rechazó, afeando a la reina que hubiera reconocido el Reino de Italia, creado a costa de los estados pontificios, por lo que tuvo que marcharse al exilio en Roma. Pero la propia reina tuvo que huir de España al inicio del Sexenio Revolucionario en 1868. Así, una vez de vuelta en Málaga, Grund luchó también por la conservación de los conventos cuando comenzó la I República.

Además de por su solidaridad con el pueblo malagueño, Grund destacó por ser emprendedora. Atraída por las aguas termales del municipio de Carratraca, construyó allí un palacete -hoy sede del Ayuntamiento- donde pasaba largas temporadas. Y tuvo la idea de organizar visitas guiadas para la alta burguesía a la Cueva de Ardales. Así, atrajo a la flor y nata de la época para que conocieran las pinturas y grabados rupestres de la cueva, convirtiéndose así en la primera en toda España en ser explotada como producto turístico. La localidad fue entonces un destino selecto para la sociedad, muy cercano a otros puntos turísticos actuales como el conocido El Caminito del Rey y los embalses del río Guadiaro.

Enamorada de la cultura, no dejó de viajar por Europa ni de hacer vida social, hasta que, víctima de un cáncer, falleció y fue enterrada, a petición propia, con el mismo vestido que llevaba en el naufragio del Miño. Su entierro fue uno de los más multitudinarios que se recuerdan en el Cementerio de San Miguel de Málaga, ya que gran parte de la población local quiso arroparla, en agradecimiento a toda su aportación, en su último adiós.

Isabel Bermejo

Periodista y Consultora de Comunicación