No sabía si quería o no quería ir. Ahora, pasado el tiempo, puedo reconocer abiertamente mis dudas, porque las tenía, y muchas. No sabía si aquella experiencia iba a ser positiva o negativa, si me iba sentir sola, si iba a pasarlo mal, si iba a encontrarme a gusto, si, si, si…

El frío, gente que había visto nunca, mi primera vez fuera de casa, un trabajo nuevo, lugares desconocidos eran sólo los ingredientes que iba echando en la balanza cuando me decidí, en 2011, a solicitar una beca Leonardo que me llevaría, nada más y nada menos, que a Lituania.

Inma Sánchez opiniónRecuerdo que cuando estaba en la entrevista y me preguntaron por qué había decidido escoger este país como destino respondí sinceramente que era el único que me ofrecían cuando, en el cuestionario, decía que era periodista. ¿Una beca en Lituania, nada menos, y de periodista? ¡Pero si yo no hablo lituano! ¡Pánico!

Sinceramente, no creía que me fueran a coger y de hecho, en un primer momento no lo hicieron: no sabían cómo me iba a desenvolver, puesto que nunca había estado fuera de casa tanto tiempo (eran tres meses y medio), salvo para ir a los campamentos de verano (un par de semanas y listo). Recuerdo lo mucho que me enfadé, ¿por qué no me quieren?, decía, yo, quien dos segundos había visto que en enero, mes en el que comenzaba la beca, las temperaturas de allí alcanzan los 25 grados bajo cero.

Y así iba, lamentándome de mi mala suerte y de por qué nunca a mí, por qué nunca suena la flauta cuando yo quiero hacer algo, cuando me llamaron y me dijeron que sí, que me iba, que al final había varias personas que habían renunciado y que me la concedían. ¡Doble pánico! ¡¿Pero qué hago yo en Lituania tres meses con esas temperaturas si tengo frío hasta en verano en Sevilla?!

Lo primero que hice fue empezar a ver vídeos de Youtube sobre cómo sonaba el lituano. ¡Triple pánico! ¡Pero si yo esto no sé ni cómo pronunciarlo! ¿Dónde me he metido? Aún recuerdo las risas entre mis amigas cuando les decía algo como ‘Mano vardas Inma’ o ‘Labas rytas’, las visitas al Decathlon buscando camisetas térmicas, comprando calcetines gordísimos o viendo cómo iba a caber toda mi ropa de invierno en una maleta que tenía que pesar 20 kilos.

Y con todo ese pánico me fui. A mediados de enero aterricé en Vilnius con seis compañeros y periodistas que se convirtieron en mi pequeña familia. Y cuando tuve que volver, a mediados de abril, no quería dejarlo, no quería que llegara la fecha.

Lituania me cambió, en tantos sentidos que no sé cómo explicarlo (parece una frase de película ñoña, pero es la verdad). Me enseñó que era más independiente de lo que creía. Que era resolutiva cuando lo necesitaba. Que podía soportar -25 grados de frío con la misma ropa que me pongo en Sevilla cuando hace 8 grados. Que hay veces que merece la pena superar un triple pánico para conocerte un poco mejor y poder decir, al final de una aventura tan distinta, ¡olé yo!