Una constante invariable a lo largo y ancho de la historia es que, a más poder económico, más diferencias entre hombres y mujeres en esta variable. Se trata de una norma básica del funcionamiento de nuestra sociedad, donde los hombres ganan mucho más que las mujeres y tienen más oportunidades para ser ascendidos. Y todo esto, a pesar de que ellos presenten cualidades iguales a las de las mujeres, e incluso cuando éstas demuestran tener cualidades superiores. Esta situación de desigualdad surge de los estereotipos de género implícitos en la sociedad. Unos estereotipos que IMGP0935 (2)producen apreciaciones desequilibradas respecto al éxito y el fracaso según el género asignado. Por poner un ejemplo, cuando las mujeres tienen éxito, este es atribuido a su esfuerzo en el trabajo y la buena suerte, y no a sus cualidades. Mientras, su fracaso parece ser un signo inequívoco de que no son lo suficientemente buenas o que no tienen suficientes capacidades. Contrariamente, el éxito de los hombres tiene siempre que ver con su genialidad, mientras que su fracaso suele ser atribuido a la mala suerte.

Los estereotipos de género presentan su cara más perversa cuando las mismas mujeres se discriminan a sí mismas. La auto-discriminación de las mujeres es, sin duda, la forma más triste de discriminación, porque es la mujer la que se censura a sí misma.

Las razones que llevan a una mujer a evitar el liderazgo y los entornos competitivos suelen ser por causas diferentes: por ejemplo, por pensar que no son lo suficientemente adecuadas para el trabajo en cuestión, porque ya conocen los prejuicios que esperan hacia ellas o porque no están suficientemente interesadas, ya que tienen otras preferencias. En este último punto, sin embargo, se hace patente lo difícil que es hacer una distinción entre lo que es auto-discriminación o bien una falta de interés real, ya que muchas veces la mujer pone por delante la familia al trabajo. Sea como sea, el hecho es que cuando las mujeres se comportan de forma incompatible con su género, el rechazo social es tan grande que generalmente evitan cualquier situación incongruente con el mismo.

Las mujeres, pues, generalmente buscan formas de actuar comunales, en grupos pequeños y con lazos más íntimos, y evitan relacionarse con grupos masculinos de poder, ya que competir no “encaja” con las características prescritas para su género. Cuando una mujer quiere acceder a estos espacios de poder si su comportamiento es congruente con la «feminidad» prescrita socialmente, entonces se considera que no tiene la capacidad para ocupar este espacio. Pero si intenta ascender empleando actitudes socialmente consideradas como masculinas, entonces su actitud es considerada excesivamente agresiva. Ante esta situación, necesitaríamos una verdadera masa crítica de mujeres para hacer replantear las normas prescritas para el género devaluado. No una o dos mujeres en mundos laborales tradicionalmente masculinos, sino un elevado número de mujeres.

Los hombres, por el contrario, tienden a sobre-competir, ya que se sienten cómodos en grupos grandes y entornos abiertamente competitivos. El hecho es que la estructura económica del mundo en que vivimos es en sí competitiva pero, ¿es esto realmente necesario para el funcionamiento óptimo de la sociedad? Hoy en día, entrar en competencia significa tener una serie de atributos asociados a los hombres, y, por tanto, las mujeres se encuentran excluidas. Propongo un cambio de mentalidad organizativa y económica de la sociedad, menos competitiva y más colaboradora. Si las reglas de la competición las fijáramos las mujeres, podría haber una sinergia mucho mayor entre trabajo y vida.

La brecha salarial, la restringida contratación de mujeres respecto a los hombres, la precariedad de nuestros contratos y las dificultades que tenemos para acceder al éxito profesional son algunos de los alarmantes indicadores de la desigualdad laboral entre géneros. Una base fundamental de esta discriminación es la invisibilidad del trabajo reproductivo, que recae siempre sobre las mujeres y que es necesaria para el crecimiento demográfico y para el bienestar de la sociedad. La falta de corresponsabilidad, es decir, de reparto igualitario en las tareas domésticas, dificulta la situación laboral de las mujeres. Para ello, necesitamos medidas generales que hagan frente a la precariedad laboral de las mujeres y  la falta de igualdad en el reparto del trabajo. Sin embargo, la relativamente reciente impugnación de la ley de igualdad por parte del Gobierno es una medida con la que de nuevo somos nosotras, las mujeres, las que perdemos

Mª Àngels Viladot

Doctora en psicología social y autora del libro Género y poder en las organizaciones (Editorial UOC)

Nuevos libros:

Steffens, Melanie C. & Vialdot, Mª Àngels (2015). Gender at work: a socio-psychological perspective. New York: Peter Lang.

Viladot, Mª & Steffens, Melanei C. (2016). Estereotipos de género en el trabajo. Barcelona. UOC Publishing

Viladot, Mª Àngels (2017). Género y poder en las organizaciones. Barcelona: UOC Publishing