Escribo este breve artículo, como todos los anteriores, a partir de una experiencia personal, en este caso una que aún está desarrollándose. Me encuentro, mientras escribo, en el noveno mes de gestación, a sólo unos días de la fecha esperada y temida. Es probable, de hecho, que cuando esto se publique esa fecha ya haya pasado. El caso es que, en los últimos días, se van concretando los últimos detalles, y surgen las grandes preguntas: ¿cómo educar? Y, sobre todo, ¿cómo educar desde y para la igualdad? Y algo que en los meses precedentes era más bien anecdótico se ha convertido en una realidad: la cuestión de los apellidos (maternos).

Ana-de-Haro_foto-683x1024En mi (nuestro) caso, lo tenemos claro casi desde el principio: nuestro hijo (y todos los que vengan, ya que así lo marca la ley en España*: lo que se hace para el primero permanece inalterado en los siguientes) llevará los apellidos en el orden que hoy se considera invertido: primero el materno, después el paterno. Los motivos para esta decisión son varios.

Está la cuestión estética, claro. La menos importante, en este caso. Después está la de la permanencia. Mi apellido es menos común que el de mi pareja, y en una familia con mayoría de mujeres no queremos, como suele decirse, que “se pierda”.

Además está la cuestión evidente e importante, que en este caso no ha partido de mí, sino de mi pareja: ¿por qué debería ir primero su apellido? Siglos de tradición patriarcal aparte, claro está. Tras haber vivido de primera mano lo agotador que es un embarazo, incluso el más plácido y pacífico de todos; lo exigente que es, desde un punto de vista tanto físico como psicológico; las dificultades que se presentan desde un punto de vista laboral… El enorme esfuerzo, en suma, que supone, y eso que aún estamos en la previa (ya veremos cómo todas esas dificultades palidecen cuando el verdadero cambio se produzca), mi pareja se ha planteado (y me ha planteado) lo siguiente: ¿por qué debería ir primero su apellido, cuando el proceso está siendo, hasta la fecha, fundamentalmente femenino? En otra ocasión hablaremos de lo limitada que está en España por ley la experiencia de la paternidad (¿cómo pretendemos producir cambios en la sociedad cuando esa experiencia se limita a cuatro semanas? Y gracias y suerte, ¡hace sólo seis meses eran dos! ¿Cómo podemos crear una situación de igualdad si, para ampliar sus derechos, tengo yo que limitar los míos (ya bastante escasos) y cederle, por ejemplo, parte de mi baja laboral? Pero es, como decíamos, otra cuestión. El caso es que el cambio, muy deseado por mí, ha partido de una toma de conciencia por su parte, y la decisión está tomada. Y ha sido recibida con alegría desde la familia materna, con algo de perplejidad y aceptación desde la paterna, y con diversión, en general, por parte de amigos y familiares, que aún no se lo acaban de creer (hasta que el nombre no esté puesto…).

Ahora vendrán las dificultades añadidas: el registro del nombre de la criatura con los apellidos invertidos, por una parte, que veremos cómo va; o los, seguramente bienintencionados, malentendidos que se sucederán en médicos, guarderías, colegios y registros de todo tipo, en los que se asumirá que yo me llamo “Y” y mi pareja se llama “X” (siglos de tradición), o que se trata de una familia monoparental, o dudas varias sobre la paternidad de la criatura… Nadie dijo que fuera fácil. O tal vez no haya dificultades, sobreentendidos o problemas de ningún tipo, y el cambio sea suave, fácil y limpio. Un cambio de orden en los apellidos, nada más y nada menos.

Por mi parte, sin ánimo de pontificar ni de imponer, me alegra haber tomado esta decisión, y llevar a la vida práctica y a la realidad más cercana ideas que defiendo desde la teoría. Empezar por lo más básico, e ir construyendo desde ahí. Sic parvis magna. Las grandes cosas tienen comienzos pequeños.

Ana de Haro
Periodista y escritora
@Ana_de_Haro

* El artículo fue escrito con anterioridad al 30 de mayo de 2017, día en el que se anunció la entrada en vigor de la ley aprobada en 2011, que elimina la imposición del apellido varón.

La hija de Barbazul, de Ana de Haro (@Ana_de_Haro), ganadora del VIII Certamen de Novela Ciudad de Almería, ha sido editada por la editorial Aldevara y puede encontrarse aquí