Las nuevas tendencias socioeconómicas y la evolución del consumidor nos guían hacia un marco de acción y decisión basado en valores propios como la dignidad, la solidaridad, la justicia o la ecología.
La empresa del siglo XXI no contempla mantener su marca o su estructura de trabajo sin atender aspectos como la sostenibilidad social y medioambiental, la integración de las personas a pesar de su género, condición o raza, o la paridad de hombres y mujeres en salarios, puestos de responsabilidad o valor en su fuerza de trabajo. Aquellas empresas que no se comprometen con estos valores fundamentales para una sociedad más justa paralizan el desarrollo económico.
Las organizaciones basadas en la competitividad o la explotación desmedida de los recursos, tanto naturales como humanos, se han quedado obsoletas. Por ello, se puede prever que sólo las empresas que incorporen valores que miren por el bien común obtendrán nuevas oportunidades, diversificarán los negocios, atraerán el talento y serán más competitivas, consolidándose en el tiempo.
Las empresas son el motor de la economía y los agentes del cambio social y, por lo tanto, son responsables de hacer una sociedad mejor, más justa, sana e igualitaria. Y esta responsabilidad, gestionada coherentemente desde una Responsabilidad Social Empresarial (RSE) aplicada al modelo de negocio es, asimismo, una garantía de éxito empresarial, tanto en lo económico como en lo social.
Los consumidores actuales comienzan a centrar sus decisiones de compra o contratación en base a criterios no sólo económicos, sino también de ética, ecología o justicia. Estos criterios se han convertido en factores necesarios en los negocios, que los hacen más competitivos frente a los que los no los tienen en cuenta.
Y la empresa también juega un papel relevante como consumidora. Dispone del poder de elegir unos proveedores que garanticen calidad humana, saludable, sostenible y de mínima huella ecológica y puede hacer que el mercado cambie, eligiendo a unos proveedores u otros. Y presionar así, junto a los consumidores finales, a que las empresas que no se adapten a crear productos de valor responsable terminen desapareciendo por las propias leyes de la oferta y la demanda.
Recientemente, se ha celebrado el 27º Congreso Iberoamericano de Mujeres Empresarias (CIME
2016), que giró en torno a la transparencia y la ética en los negocios y la empresa del siglo XXI. En este, se trató, entre otros temas, la necesidad de un compromiso por parte de toda la estructura empresarial respecto a valores éticos, sociales y sostenibles, y los nuevos modelos de negocio.
La Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas contempla “Un mundo en el que cada país disfrute de un crecimiento económico sostenido, inclusivo y sostenible y de trabajo decente para todos; un mundo donde sean sostenibles las modalidades de consumo y producción y la utilización de todos los recursos naturales…”.
Es fundamental contar con empresas en las que la ética y la transparencia sean claves en su gestión. Así, es necesario que exista una relación colaborativa entre lo público y lo privado. Y, desde la administración pública, se debe apoyar y visibilizar este esfuerzo con ventajas fiscales y concesión de distintivos a aquellas entidades que incorporen la diversidad, la igualdad o la sostenibilidad ambiental en su gestión.
Eva Serrano Clavero
Abogada y presidenta de ASEME