Hoy, mientras veía un telediario, tuve la sensación de que el ruido en una parte de la sociedad actual, provocado por actitudes egoístas, materialistas y haraganas que se reflejan en el noventa por ciento de las noticias, no solo no nos ayuda a mejorar, sino que, además, nos aleja de la reflexión necesaria sobre el origen de esta problemática contemporánea. Y más aún si, como continuación de un telediario, se nos envenena con una película impregnada de violencia o un debate político donde se respira odio entre los contrincantes. Terminamos embadurnando el alma de un sentimiento irascible e iracundo, pronto a saltar cuando nos enfrentemos a algo que no nos guste o a una persona que piense distintamente de nosotros. Los malos ejemplos terminan a final condicionando al frágil de espíritu. El mal genera mal, la guerra genera más guerra. El bien, sin embargo, multiplica el bien. Una sociedad que no se guíe por convencimientos y principios éticos, aunque intente transformar los comportamientos con reglas legales, corre el riesgo de apagarse, de autodestruirse, de perder el rumbo. Para que una persona trate bien a su prójimo, no ejerza violencia ni verbal ni física, no lo desprecie, no lo manipule, no es suficiente una campaña publicitaria, ni un cursillo de formación. Hace falta crecer en valores desde niño, observar buenos ejemplos en la familia, estar educados y motivados para la generosidad, para saber distinguir el bien del mal. Resulta peligroso y doloroso ver como ciertos comportamientos violentos y pensamientos de odio que desfilan delante de nuestros ojos en las pantallas del televisor o en las redes sociales, terminan por parecer normales y repetibles. Hay que poner de moda la bondad. La belleza y la armonía no pueden nacer en una sociedad donde lo bueno, lo verdaderamente humano, no prevalezcan en la educación, en nuestras actitudes y decisiones. La bondad es una convicción inteligente y, cuando se toma tal actitud lúcidamente, se despliega ante nuestros ojos una vida mejor.

Allí donde se apuesta por valores como el respeto y la fraternidad, se facilita la búsqueda de una sociedad más justa en la que todas las personas tengan la oportunidad de lograr su desarrollo y su plenitud.

La bondad permite una vida común posible, que no puede sino aspirar a la universalidad. Es una tarea del día a día, es la fascinación por la vida. La bondad es como la levadura en la masa, es la sustancia capaz de transformar para bien las grandes cuestiones sociales, políticas y culturales.

No hay otra solución posible. Solo la bondad puede liberar al ser humano de la violencia que envenena su vida con la tentación de la violencia, física o psíquica, y de la muerte. Necesitamos la bondad para vivir, y vivir bien. Bondad significa cuidado por el otro, respeto por su identidad, significa no exclusión, significa no condenar y aceptar al diferente por su raza, religión o cultura; significa el cuidado del débil, del indigente, del enfermo, del descartado. La bondad abre una puerta a la esperanza y a la plenitud afectiva y creadora, abre una puerta a la alegría y a la común felicidad.

Manuel Bellido

Director del Grupo Informaria