Horrorizado no, lo siguiente. Así es como me siento cada vez que escucho al “progresío” ultra intervenir en el Congreso de los Diputados o en declaraciones ante los medios. La demagogia que sostiene el andamiaje de los discursos de algunos dirigentes políticos es realmente asombrosa. Una demagogia a la que ciudadanía española se ha ido acostumbrando, gracias también a las televisiones afines a esos partidos que no tienen reparo en alimentar a las audiencias con grandes dosis de palabrerío “politiques” capaz de hacer pasar a alguien ignorante por hombre o mujer de Estado. Y es que la TV, realidad aumentada o distorsionada, al proporcionar con las imágenes una visión más atractiva de las cosas, contribuye a dar la sensación que uno quiere y no la percepción de la realidad. Es suficiente realizar un plano televisivo más favorecedor o más negativo para obtener de la audiencia mayor o menor consenso, manipulando así poderosamente la opinión pública positiva o negativamente. Cierta manera de hacer política que vemos en estos tiempos, sin ningún reparo, es capaz de dogmatizar, de sentenciar o de erigirse como único juez, para indicarnos a los demás quién es demócrata y quién es “facha”.

La demagogia, como el dogmatismo “progre”, es la negación de la objetividad, de la duda constructiva, de la crítica y del conocimiento con base científica, es la manifestación de una arrogancia diabólica. Decía Émil Michel Cioran, escritor y filósofo de origen rumano, considerado el último gran exponente del pesimismo occidental, que “el demonio es, por esencia, el espíritu dogmático”.

Tiempos difíciles para la política, con demasiada gente inculta y poco preparada ocupando los escaños de la sede de la soberanía popular. Tiempos difíciles para una España sin objetivos y sin ambiciones de país. Tiempos en los que se imponen los que más mueven las aguas, donde la moderación, el centralismo y el diálogo brillan por su ausencia. Tiempo de oportunidades perdidas por el síndrome de repetición electoral que nos aqueja robándonos estabilidad y haciendo de las tertulias salones de apuesta sobre si tendremos o no elecciones.

La sensación general que se tiene volviendo de vacaciones es que España se encuentra bloqueada gracias a un puñado de incapaces peligrosos que, además, practican sin descanso la demagogia y el dogmatismo. A nadie se le escapa que, a algunos, lo único que les interesa es ganar el poder, aunque claramente sean incapaces de aportar para España un gobierno que mire a facilitar que la economía no dé marcha atrás, que se asuman sin dilación los retos que la digitalización está produciendo y se encaucen los grandes temas de Estado que tenemos pendientes y que solo pueden encarrilarse con diálogo y acuerdo, desde la moderación y las competencias técnica y política, en el marco de la convivencia cívica de nuestra Constitución.

Arrogancia estéril la del líder socialista que parece no tener otro interés que el de mantener el poder. España necesita avanzar, necesita soluciones y proyectos reales de futuro. Los españoles no podemos seguir pagando el alquiler de ese Palacete que ocupa desde hace meses en el noroeste de Madrid, en el distrito de Moncloa-Aravaca. España no puede esperar.

Manuel Bellido

Director del Grupo Informaria