Alguien dijo que la música es la banda sonora de la vida y yo me lo creo. Platón decía que es el lenguaje del alma y algo de eso se esconde en las composiciones porque influyen en el estado emocional de cada persona. La música, siempre generosa, nos acoge y también nos arrulla para animarnos y recordarnos que somos humanos y por tanto capaces de trascender a las mayores desgracias. En estos días en los que se acaba de decretar un “toque de queda” que solo conocieron en su niñez nuestros abuelos sobrevivientes de la guerra, por azares del destino he podido volver a la Sala de Conciertos y redescubrir una composición muy especial de Richard Strauss conocida como la Metamorfosis, escrita en 1945 y que expresa todos los sentimientos posibles, dolor y alegría, al servicio de 23 cuerdas con una  compleja polifonía, tan oportuna como el momento en que estamos y tan trascendente como este sentido de transformación que representa el concepto de metamorfosis.

Lo cierto es que nunca hubiéramos imaginado que por la COVID-19 tendríamos tanto tiempo para pensar y llenar espacios vacíos, incluso dedicándonos a profundizar en nuestro conocimiento individual por culpa del imparable ritmo profesional. Posiblemente no lo habíamos imaginado, pero no hay mal que por bien no venga y paradójicamente parece que, a la vista de los hechos, ahora tampoco hay tantas dudas ni discriminaciones entre mujeres y hombres ante este enemigo común porque estamos en la misma cuota de posibilidades cuando nos jugamos la salud. Supongo que estas desgracias colectivas también deberían servir para abrir los ojos a la sociedad y caer en la cuenta que las mujeres asumen riesgos en sanidad o en servicio doméstico y también constituyen el mayor contingente que está asumiendo los cuidados de mayores, personas con discapacidad y niños, exponiéndose a mayores cotas de contagio.

Por otra parte, el confinamiento pone al descubierto los problemas que sufren muchas mujeres obligadas a vivir con sus maltratadores teniendo en cuenta que los servicios de protección de la violencia de género no se pensaron para esta situación y, en muchos casos, no se puede contar con una gestión de ayuda a través de la tecnología. También la dificultad de escolarización en muchos niños y niñas y no digamos para familias monoparentales, normalmente mujeres que no pueden acceder a recursos para superar esta situación.

No voy a alejarme mucho de mi creencia en que toda crisis es también una oportunidad que a su vez contiene muchas lecciones, la primera de ellas es muy obvia y tiene que ver con un parón, seguramente fatal para la economía -tal como la concebimos-, pero que debería hacernos replantear si esta escalada competitiva, consumista con tanto exceso de oferta global, es la que realmente está alineada con los valores deseables para un mejor acceso de todas la personas de cualquier clase social a una vida digna. La segunda lección sería descubrir si apostamos porque unos pocos ganen mucho o que todos ganemos un poco. Y otra más sería reflexionar sobre la necesidad de que el cuidado de unos y otros, incluyendo cómo no, desde el planeta, a todos los seres vivos y por descontado las personas, debería ser el auténtico nuevo paradigma y la visión de un mundo nuevo.

Mª Ángeles Tejada

Directora General de Public Affairs de Randstad y Presidenta de Honor de Fidem