¿Les suena de algo? Pues claro, es un convencionalismo retórico, clásico y relacionado a situaciones de peligro, en naufragios, por ejemplo, en cuyo caso añadiríamos oficiales y capitán el último. Qué interesante parece cuando seguimos abocados en una crisis o una evolución permanente, con situaciones insoportables para media humanidad, hambruna, guerras, terror o ataques de una naturaleza hostil que se ensaña con los pobres y en esta realidad, los primeros que se salvan son siempre los ricos. Por eso muchos líderes de título,o claro, van delante, para salvarse y el sacrificio siempre es para los más desfavorecidos, niños y mujeres. Lo malo es que en el primer mundo es lo mismo, aunque en otro contexto.

Los niños vienen “sufriendo” una educación, al menos aquí, más que ambigua, con muchas dudas sobre su finalidad práctica en el mundo laboral y también en su propio proyecto personal, porque no se les estimula al aprendizaje a partir de sus habilidades naturales, a fin de que desarrollen sus competencias, estableciendo que no todo el mundo aprende de igual manera. Obviamente, no me corresponde a mí decidir el tipo de didáctica más adecuada pero, mi experiencia de más de 40 años ayudando a buscar trabajo, me permite afirmar que, en demasiados casos, los jóvenes tienen dificultades para integrarse en el trabajo profesional, no tanto por sus conocimientos, sino por su complejidad en aplicarlos: no es lo mismo saber que saber hacer.

¿Y qué pasa con las mujeres? Pues que seguimos en la brecha, sin acabar de resolver la corresponsabilidad familiar, probablemente porque muchas parejas han sido educadas bajo esta “extraña” clasificación tradicional de “tareas femeninas” y masculinas. En muchos casos seguimos en esta “caverna” del olvido, con muchas dificultades para crecer profesionalmente, especialmente cuando nadie quiere cubrirlas en la familia. Por otra parte, y a pesar de tener una formación incluso mejor que el colectivo masculino, se sigue dudando sobre nuestras  competencias efectivas, ya que cuesta aceptar que existen también las llamadas “habilidades blandas” en las que llevamos ventaja, según define el ICIMS Hiring Insights, como la empatía para resolver conflictos, visión global, multitarea, inteligencia emocional, creatividad y otras también llamadas competencias transversales.

Está muy bien esta moda del “empoderamiento”, pero que no tiene nada de nuevo porque,  ya superamos el significado académico “no necesitamos que nos hagan poderosas”, solo aspiramos al respeto y a igualdad de oportunidades, ya que las mujeres venimos ejerciendo el deber de tomar decisiones de vida desde hace miles de años.

¿Y qué pasa con el liderazgo? Pues que no se asume porque se interpreta como un privilegio cuando realmente  equivale a un deber, a una obligación, porque la líder debe ser una servidora de los demás, poco importa que el ámbito sea político, empresarial o familiar, lo que entendemos como liderazgo real significa ser el “conductor de personas” capaz de organizar, motivar, formar y, claro está, “empoderar”, para que cada uno haga lo que tiene que hacer en beneficio del grupo. Para ello debe tener muy claros los objetivos, tener una actitud decidida,  valiente y, sobre todo, con valores éticos y humanos, que no le falte pasión, porque esta se contagia y lo único que nos salva de que sucumbamos a la digitalización, la robótica y la componente perversa de la tecnología es la capacidad que tenemos como humanos de amar, de tolerar, de comprender a otros y, especialmente, de amar lo que hacemos.

Mª Angeles Tejada, Directora General  Public Affairs  Randstad

 Presidenta de Honor de Fidem