“950.000 nuevos contratos en España”. Ésta es la previsión realizada por Adecco para la Campaña de Navidad de 2016. Un dato optimista. Y lo que es aún más optimista y curioso: dicho estudio indica que la duración de estos contratos será superior a la de años anteriores, ya que esta campaña ha comenzado semanas antes con la irrupción del Black Friday.

Celebrado el día siguiente al cuarto jueves de noviembre, esta práctica nació en EE.UU. e inaugura el María-Canoinicio de las compras navideñas. Y digo nació, porque el Viernes Negro, al igual que el Ciber Monday -celebrado el lunes posterior-, ha traspasado las barreras geográficas y ha llegado para quedarse.

Durante semanas, hemos sido víctimas de un bombardeo publicitario sin precedentes. Encendíamos la radio y ahí estaba la cuña publicitaria; andábamos por la calle y allí donde mirásemos encontrábamos cientos de carteles; abríamos el email y nuestra bandeja de entrada estaba colapsada de correos electrónicos promocionales; y entre programa y programa de televisión, ahí estaba ese spot cuyo ritmillo melódico revoloteaba por nuestra cabeza.

Ordenadores, portátiles, móviles, ropa, gafas… ningún producto escapaba a las promociones del Black Friday. ¿O sería más acertado decir del Black Weekend o de la Black WeeK? Una semana para unos, un fin de semana para otros, pero ¿un día? Apenas se pueden contar las marcas y establecimientos que tan sólo se han unido al carro del Black Friday un día. Además, y tras “el día” más largo de la historia, llegaba el Ciber Monday, que esta vez sí era un día, dedicado a las compras por Internet. La campaña ha martilleado incesantemente nuestra cabeza, y todo con el fin de incitar a una compra compulsiva y no menos reflexiva.

¿Consumir por consumir? Algunos se agarran a la idea de que es un concepto erróneo y que tan sólo están adelantando esas compras que, en todo caso, harían apenas un mes después, por Navidad. Pero, en este punto cabe preguntarse: ¿y los más pequeños?, ¿seguirán escribiendo la carta a los Reyes? Dentro de esta lógica, es una práctica inútil, ya que, evidentemente, llegaría demasiado tarde.

Por tanto, una vez más, la globalización trae costumbres que nos apropiamos sin rechistar, asimilamos sin dudar, y que, para qué negarlo, desnaturalizan nuestra tradición. A pesar de ello, si con estas se contribuye a fomentar la empleabilidad, a generar una mayor estabilidad laboral e incentivar la economía… cabe platearse cierto aperturismo y saber dar la bienvenida a este tipo de prácticas, que también pueden ser el punto de partida del equilibrio de muchos y el fruto del beneficio de otros.

María Cano Rico