Han pasado unos 20 años desde que los pioneros de la Responsabilidad Social Empresarial (RSE) y la Sostenibilidad empezaron a introducir su gestión en las empresas. Por entonces, los detractores de ese nuevo paradigma empresarial cuestionaban este sistema de gestión: que si era un ejercicio de maquillaje, que si la RSE no era un departamento relevante en las empresas, que si el director de RSE tenía que estar al mismo nivel que cualquier otro responsable de área, que si era necesario que la sostenibilidad dependiera del consejo de administración…

Pero, poco a poco, la gestión de la sostenibilidad se ha ido asentando en las organizaciones, bien por propia convicción de aportar un impacto positivo a la sociedad y el medioambiente o por el efecto tractor de imitar a la competencia; bien por el avance de la regulación o por la presión de los inversores, cada vez más convencidos de apostar por compañías comprometidas con los desafíos globales.

A partir de 2015 todas las dudas de los detractores de la RSE se disiparon para convertirse en certezas con la aprobación de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas: los líderes mundiales se marcaron una ambiciosa agenda global para conseguir, antes de 2030, erradicar la pobreza, proteger el planeta y asegurar la prosperidad en clave de desarrollo sostenible. Además, en diciembre de ese mismo año, todos los países, por primera vez en la historia, acordaron frenar el calentamiento de la Tierra y se comprometieron en el Acuerdo de París a limitar el aumento de la temperatura entre 1,5º y 2º con respecto a los niveles preindustriales.

Comparto esta evolución de la sostenibilidad durante las dos últimas décadas porque nos ha trascendido a todos como humanidad, porque no entiende de género, edad, raza o ideología, y porque nos incumbe a todas y cada una de las más de 7.500 millones de personas que vivimos en la Tierra.

No obstante, sí es cierto que entre los profesionales que se dedican a gestionar la RSE en las organizaciones empieza a ser más numeroso el colectivo femenino, según el ‘II Estudio de la función de la Responsabilidad Social en la empresa española’, promovido por la Asociación Española de Directivos de Responsabilidad Social (DIRSE), el pasado año el 66% de los directores de RSE de nuestro país eran mujeres, frente a un 34% de hombres. Asimismo, el informe ‘Approaching the Future 2019. Tendencias en Reputación y Gestión de Intangibles’, elaborado por Corporate Excellence-Centre for Reputation Leadership y Canvas Estrategias Sostenibles, recogía que, a mayor porcentaje de mujeres en los órganos de toma de decisiones de las empresas, más medidas se adoptan para impulsar la sostenibilidad y generar un impacto social y medioambiental en la sociedad.

Pero, como decía, esto no es cosa de hombres y mujeres, sino de personas. Y, precisamente, la igualdad de género es uno de los ODS (el nº 5), y uno de los grandes retos que tenemos como sociedad. En los países menos desarrollados hay muchas niñas que siguen sin poder ir al colegio para ayudar a las familias, lo que imposibilita su formación. Y también en los países más desarrollados, como España, es imprescindible establecer políticas de igualdad para que todos tengamos las mismas oportunidades, personales y profesionales.

Si el planeta es de todos los habitantes que lo compartimos, todos compartimos la misma responsabilidad a la hora de garantizar su supervivencia. Porque las generaciones del futuro dependen de nuestro compromiso de hoy, y hoy es tarde para remangarse y empezar a pensar: ¿Qué puedo hacer yo?

Johanna Gallo

Cofundadora y CEO de APlanet