A menudo las palabras se gastan o pierden su significado de tanto usarlas. Algo de eso ocurre con la solidaridad, un valor que está en boca de todo el mundo pero que de verdad se ejercita poco, especialmente en el primer mundo. Supongo que ello es debido a nuestro exceso de educación, a lo mejor nos creemos tan guapos, listos y satisfechos que la preocupación por mantener lo que tenemos nos hace olvidar nuestra propias carencias o pensamos tanto en nosotros mismos que descuidamos a los demás.

Somos solidarios cuando interpretamos nuestro trabajo como un medio para aportar valor  y que las personas con las que nos relacionamos puedan percibirlo y no lo somos cuando solo buscamos el bien individual, la conveniencia y convertimos en el eje de nuestra realización.

La verdad es que en estos tiempos difíciles es posible que nos fuera mucho mejor si apoyáramos de forma incondicional intereses de otras personas, ya sea a aquellos colectivos más cercanos o a otras comunidades a menudo más lejanas, pero teniendo muy claro que la conciencia, la raza, el sexo o la condición nos pertenece por igual a todos los humanos.

Por tanto, no hay distancias para convertirnos simplemente en personas sensibles a todo lo que ocurre a nuestro alrededor, que nada humano pueda sernos ajeno, ya que formamos parte de un todo universal. Como es obvio, el mundo laboral reproduce lo que ocurre en la sociedad y en nuestro círculo personal. Por ello, ya sea por razones genéticas, históricas o de costumbrismo, a las mujeres nos ha tocado el “rol” de aglutinar y a menudo tomar decisiones en el ámbito familiar y  además trascenderlo a los niveles ocupacionales, a fomentar la emprendeduría y tratar de mejorar la sociedad en su conjunto con nuestro trabajo, porque estoy convencida que aquí y ahora no se trata de ser menos competitivas, sino de interpretar y fomentar nuestra mejor contribución que debe consistir en hacer bien nuestro trabajo y ser capaces de compartirlo, sin importarnos demasiado a quien le corresponda el mérito.

No voy a descubrir la importancia de la solidaridad en cualquier actuación vital, de hecho detrás de la frase “nos estamos cargando el planeta“  hay una alerta sobre la poca solidaridad con la naturaleza; cuando ensuciamos las playas, quemamos bosques o contaminamos el aire dejamos de ser solidarios con nuestro propio hábitat. Y a nivel individual hacemos lo mismo con las personas que no han tenido acceso a todos los medios que disfrutamos y que forman parte de nuestro mundo, ya sea porque viven entre nosotros, o  en otro continente cercano en aquellos países considerados pobres, sin pararnos a pensar que todos formamos parte de una gran comunidad mundial y nuestros actos afectan  por igual, nos preocupaba que se quemaran miles de árboles en el amazonas, o el deshielo de un glaciar, porque está todo conectado y por ello, cuando vemos a otros pueblos vecinos del tercer mundo tenemos la obligación de pensar que su gente no tuvo la oportunidad de aprender hasta alcanzar una vida deseada.

A menudo se quiere ligar la solidaridad con la caridad, supongo que alegando este “buenismo” que se supone nos hace sentir mejor como personas, pero creo que la solidaridad tiene poco que ver con un acto de bondad, más bien debe responder a una naturaleza de vida, a unos valores personales y sobre todo a una actitud individual que nos permite sencillamente aplicar esta virtud, que sin duda forma parte del ADN de toda mujer, y que no es otra que la empatía, pensar en el otro, ya que en el fondo es el mejor regalo que podemos hacernos a nosotras mismas, y, además nos permite sentirnos mejor.

Mª Ángeles Tejada

Directora General Public Affairs de Randstad

Presidenta de  Honor de Fidem