El despertar literario de esta sevillana, condesa de Campo Alange, se produjo pasados los 40 años y, desde entonces, no dejó de investigar ni escribir hasta el fin de sus días

En la calle Relator de Sevilla se halla la sede de la Federación María Laffitte, que representa la unión de entidades con un objetivo común: la lucha por los derechos de la mujer. Se trata de un lugar de encuentro, en el que compartir reflexiones. Pero, ¿a quién debe su nombre esta institución y que vinculación tiene con la defensa del género femenino?

La clave está en la figura de María de los Reyes Laffitte y Pérez del Pulgar. Perteneció al círculo de familias sevillanas acomodadas del siglo XX. Tuvo una buena infancia, acorde a su estatus, pese a que la educación y el acceso a la lectura estaban limitados para las jóvenes. Con poco más de 20 años ya estaba casada con el hombre del que tomó su título, el conde de Campo Alange, con tres hijos y viviendo en Madrid. En los años 30, y hasta pasada la Guerra Civil, el matrimonio se exilia en París. He aquí el principio de su nueva vida.

Es allí donde entra en contacto con la cultura y el arte contemporáneo y donde descubre a la pintora cubista que da nombre a su primer libro, María Blanchard, con el que también se inicia una trayectoria en la que el arte visual, la mujer y la ciencia, sobre todo las corrientes neodarwinistas, serán factores determinantes. Se convierte así en escritora en 1944, a sus 42 años, y esta obra le abre las puertas de la Academia Breve de Crítica de Arte, que dirigía el intelectual Eugenio d’Ors, y en la que colabora en apoyo del arte contemporáneo.

También en esta época conoce a José Ortega y Gasset, editor de la Revista de Occidente, que en 1948 publica la más celebre y polémica de las obras de Laffitte, La secreta guerra de los sexos. Su título nace del libro La decadencia de Occidente, de Oswald Splenger, que dice en uno de sus pasajes: “he aquí la guerra secreta de los sexos, guerra eterna, que existe desde que hay sexos, guerra silenciosa, amarga, sin cuartel, sin merced. Hay en ella política, batallas, ligas, contratos y traiciones”. Pero Laffitte defiende en su publicación que el nuevo rol de la mujer en el siglo XX se debe en gran parte al impacto de las dos Guerras Mundiales, pues mientras los hombres combatían en el frente, las mujeres tuvieron que demostrar, también a sí mismas, que podían ocuparse de todas las labores. Sin embargo, la cultura y la historia se han elaborado y contado tradicionalmente desde la perspectiva masculina, haciendo que el sexo vencedor haya borrado las huellas del vencido.

El libro fue publicado un año antes de que Simone de Beauvoir escribiera El segundo sexo, considerado el ensayo feminista más importante del siglo XX, pero es notorio que la obra de Beauvoir también tuvo un gran impacto en adelante en Laffitte.

Esta escribió otras publicaciones dedicadas al género femenino como La mujer como mito y como ser humano, La mujer en España: Cien años de su historia o La mujer española: de la tradición a la modernidad. Además, en su obra destacan dos autobiografías: Mi niñez y su mundo y Mi atardecer entre dos mundos. La primera de ellas le valió su ingreso en la Academia de Buenas Letras de Sevilla y llegó a ocupar asimismo la vicepresidencia del Ateneo de Madrid, siendo la primera mujer en acceder a un puesto directivo en la institución. Sin embargo, salió de él decepcionada, porque este gesto no trajo consigo una mayor representación femenina en la entidad ni otros cambios significativos para la mujer.

Fue además fundadora del Seminario de Estudios Sociológicos sobre la Mujer (SESM), un espacio de reflexión, diálogo e investigación, cuya misión era, en sus propias palabras, “despertar las conciencias especialmente somnolientas de las mujeres españolas”. Uno de los trabajos más conocidos del grupo de féminas que integraron este seminario fue Habla La Mujer. Resultado de un sondeo sobre la juventud actual.

La escritora Begoña Barrera, autora de la obra María Laffitte: una biografía intelectual, asegura que “su pensamiento cambia con los años hacia un feminismo basado en la igualdad, en el que se plantea que la mujer no existe como esencialidad, sino que es una construcción social, tal como sucede en las corrientes feministas europeas con el paso de las décadas”. Laffitte llegó a decir de su propia obra que, aunque “a primera vista pudiera parecer heterogénea, falta de unidad, si se le presta atención se verá que sigue una misma línea: la evolución. Evolución de las artes visuales, evolución social de la mujer, evolución de mi propia vida. Me atrae lo que se mueve, lo que avanza: su trayectoria”.

Isabel Bermejo

Periodista y Consultora de Comunicación