Caí en las redes del emprendimiento poco después de llegar a Madrid. Comenzaba la universidad, era consciente de que se me abrirían tantas puertas que acabaría siendo experta en pasar por todas ellas sin timbrar. Tenía claro que el camino se hacía al andar, y estaba deseando desafiarme en mi primera carrera de fondo. Mi primer contacto con un programa de innovación y emprendimiento social fue pura casualidad; para algunos quizás destino. Encontré un anuncio; buscaban ideas, y si había algo que siempre me había encantado era pensar, crear, buscar soluciones a problemas visibles e invisibles. De esta manera, decidí atreverme y dar un pequeño salto hacia no se sabe muy bien dónde. Siempre me alegraré de haberlo hecho.

Comencé entonces con mi primer proyecto, Contémonos, una revista social que pretendía dar voz a aquellas personas que deseaban compartir ideas, pensamientos y sentimientos, revista que hoy en día sigue en funcionamiento. Después de descubrir lo que significaba emprender, desarrollé una especie de adicción. Todos los problemas podían ser solucionados, la sociedad podía cambiar y, lo mejor de todo, había aprendido que yo podía ser quien girara las manillas para abrir nuevas puertas. Emprender era una forma humilde de cambiar el mundo. Era la creatividad regada por la proactividad que, combinada con mi “utopismo”, había abierto una grieta a un nuevo mundo. Y pasó a formar parte de mí.

Me acordaba de Bécquer: “podrá no haber poetas, pero siempre habrá poesía” y, de repente, me veía rodeada de poemas que estaban esperando a ser escritos. Podía jugar con la imaginación y convertirla en algo tangible, compaginar todas mis acciones para llegar exactamente al punto que deseaba. Era una especie de entrenamiento en el arte de esculpir, pero podía dar forma a todo aquello que soñara. Me llamaba el emprendimiento social, crear algo con la intención de generar un impacto positivo en la sociedad, en la vida de las personas. Así que comencé a acudir a congresos, charlas y talleres, pero de quien más aprendí fue de los que, como yo, buscaban alimentarse de la experiencia de los que habían logrado sus metas. Los expertos y mentores me ofrecían consejos y herramientas, y mis compañeras y compañeros me regalaban momentos. Era fácil encontrar respuestas, lo difícil era formular las preguntas adecuadas.

Ya inmersa en ese extraordinario mundo, puse en marcha una nueva idea para modificar parte del sistema educativo, la cual fue seleccionada en una convocatoria de proyectos de innovación en el ámbito de la salud integral, pero que actualmente se encuentra parado. Debemos aprender que viajar con la mochila del emprendedor a veces nos obliga a dejar destinos para futuras ocasiones. El emprendimiento me llevó a colaborar en grupos de consultoría con grandes empresas, a ser editora jefa en una revista nacional de psicología, jefa de sección en una revista de salud, parte del jurado en un programa de selección de proyectos, aprendiz a jornada completa.

Hoy en día, soy presidenta autonómica de Madrid de ImpulSalud, la asociación nacional de sanitarios emprendedores, y estoy preparando el I Congreso de Emprendimiento Sanitario de Madrid. Pretendo devolver lo que se me ha dado, compartir lo aprendido, apoyar a otros jóvenes cargados de ideas y ganas, transmitirles que sus ideas valen y que ellos son más que válidos para desarrollarlas. Además, estoy a punto de fundar, junto con dos amigos, una asociación para luchar contra la discriminación y contagiar nuestro amor por la diversidad. Picasso dijo que “la inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando”, así que procuro estar siempre activa y perseguir el cambio. Quién sabe, quizás mañana la inspiración entre por una de esas puertas que procuro dejar siempre abiertas.

 Eva C. Pérez García

Estudiante del Máster de Psicología General Sanitaria

Universidad Europea