Lo dice Anna Ferrer, presidenta y estratega de la Fundación Vicente Ferrer, y tiene mucha razón: “Hay que tener una “excelente” organización para poder formar líderes en 3.500 pueblos y, además, tener una buena relación con la gente con la que trabajas”. Todo eso, con actitud siempre positiva porque esto es lo que contagia a los demás. El éxito de esta Fundación, que pronto cumplirá sus bodas de oro, alcanza a millones de personas en la zona de Anantapur, India, donde construyen pozos, plantan árboles, realizan agricultura inteligente, forman sanitarios itinerantes creando un cordón de atención médica, crean escuelas, construyen casas, abren talleres y centros de artesanía de calidad y, a la vez,  forman líderes, especialmente entre las mujeres, que, como es sabido, acostumbran a ser una casta inferior en este país, como en muchos otros países del mundo.

Hace dos años, junto con otras 30 empresarias de Fidem, fuimos a la Fundación para conocer y mentorizar a un colectivo de mujeres con espíritu emprendedor, para que puedieran desarrollar su propio proyecto personal y profesional en la India. La verdad es que pocas veces en mi larga carrera profesional he visto una organización tan racional y eficiente como la que lleva a cabo esta organización y que debería ser un referente para muchas mujeres directivas de todo el mundo, sean o no altruistas.

Una primera lección de esta experiencia es que, al final, solo cuentan aquellos trabajos que tienen un sentido y, cuando la gente con la que colaboramos cree en la causa, no es difícil fidelizar. Claro que, para ello, es básico que las empresas apunten a algún objetivo que tenga que ver con las personas además de los resultados, por eso, y aunque a menudo se pierda de vista esta relación, cuando hablamos de buscar o fidelizar talento no deberíamos obviar que por encima del salario y los bonus, muchos profesionales necesitamos creer que lo que hacemos tiene algún valor y que contribuye, de alguna forma, a mejorar el mundo.

Todos en el fondo queremos ser diferentes, las empresas también. Puede que nos guste parecernos a aquellos que representan algo positivo y ciertamente necesitamos estos modelos de los que podemos aprender. A menudo es más importante ser diferente que ser mejor, pues ser mejor significa poco en un mundo demasiado líquido y ambiguo, en el que cuenta más la adecuación. Al final parece que lo ideal es adaptarse y tratar de ser feliz consiguiendo aquello que un día decidimos que sería nuestro proyecto de vida personal.

Supongo que el empoderamiento al que aspiramos no solo las mujeres, sino todos los que nos sentimos responsables de algo y comprometidos con la gente, sirva para convertirnos en auténticos líderes de nuestra propia vida y que nuestros valores, creencias y especialmente nuestra dedicación a una causa coincida siempre con lo que este colectivo al que pertenecemos espera de cada uno de nosotros. Al fin y al cabo, la coherencia, la credibilidad y el ejemplo es lo que te da la autoridad y la responsabilidad para avanzar con el grupo, así funcionan todos los proyectos y, de esta forma, se hacen sostenibles.

Seguro que nos espera un futuro emocionante en el que mucho más allá de la digitalización y de la humanización de la tecnología, estamos obligados a avanzar, pero siempre priorizando el objetivo básico, que no es otro que la mejora de la sociedad. Para conseguirlo, nunca debemos renunciar a los valores que nos inspiraron en lo que es justo, no debemos perder nuestra actitud positiva que, a la vez, nos motiva a cada una y a los demás, como un círculo virtuoso, pero siempre desde la racionalidad que, sin duda, nos debe permitir organizar la sociedad al servicio de las personas y no lo contrario.

Mª Ángeles Tejada

Directora General de Public Affairs Randstad y Presidenta de Honor de Fidem