Supongo que existen pocas cosas peores que odiar el trabajo que realizamos todos los días. Está claro que levantarnos por la mañana para emprender una tarea profesional sin ninguna ilusión o que la única justificación sea el sueldo al mes, supone un problema para cualquiera, afectando incluso a la sociedad en la que vivimos.

Para salir de este bucle hay varias soluciones. Una de ellas podría ser la que proponen los profesores Dave Evans y Bill Burnett de la Universidad de Stanford, quienes sugieren desarrollar mapas mentales como una forma de desatascarse.

Otra fórmula básica consistiría en acudir a un psicólogo especializado que nos ayude, mediante un proceso combinado entre test y terapia, para llegar a descubrir aquellas tareas en las que nos encontremos más felices. Sin importar que seamos hombre o mujer, ya que, sin duda, la forma en la que nuestra labor es reconocida o incluso cómo nos relacionamos con los demás, tiene que ver con cómo nos sentimos, algo que, además, repercute en los que perciben el resultado de nuestro trabajo.

Todo esto tiene mucho que ver con la grave falta de talento que existe en el mundo laboral, un reto al que se enfrentan muchas corporaciones. Pero, además de falta de talento, el problema quizás tenga que ver con que los profesionales no están ubicados en el lugar que le corresponde. Esto puede ser debido no solo porque no lo ha encontrado, sino también porque la propia inercia de la sociedad no se lo ha propuesto o no ha sabido dar respuesta a esta inquietud.

La importancia de la actitud

Hay una frase que sin duda procede de los clásicos y que lo define todo: “si crees que las cosas siempre van mal, tienes el riesgo de convertirte en un profeta”. Por lo tanto, todo tiene que ver con la actitud que mostramos frente a la vida.

Un buen ejemplo es la actitud de las mujeres, verdaderas profetas del optimismo frente a la penosa discriminación de salarios, vigente no solo en España, con una brecha salarial del 14,9%, sino en el resto de Europa -en un abanico que va desde el 23,8% de Estonia, al 6,8% de Luxemburgo-, según el informe de la OIT (Organización Internacional del Trabajo) de 2018/19.

Se nos cuenta por activa y por pasiva que una mayor educación debe corresponder a un mejor puesto de trabajo y, por tanto, a un salario congruente. Pero ante esta realidad y según el mismo informe, esta brecha salarial tiene que ver con aspectos como la mayor dedicación de la mujer a la familia, el impacto de la maternidad, la falta de conciliación o la rebaja salarial ligada al déficit de horas de trabajo -no a productividad- que vienen impuestas por estas causas. Además, hay que tener en cuenta la posibilidad de que, por culpa de estas circunstancias familiares, muchas mujeres se sienten obligadas a aceptar trabajos de menos cualificación a cambio de disfrutar de cierta flexibilidad que les permita dedicarse a la familia.

No me atrevo a proponer ninguna solución magistral porque sinceramente creo que tiene que ver con cada situación individual, pero las mujeres llevamos años cumpliendo nuestro objetivo, que va más allá de lamentarse, de reivindicar lo que es justo, tratando de mejorar la sociedad cada día sin dejar de recordar nuestra posición.

Pienso que una mayor implicación de los políticos propiciaría escenarios educativos en los que las personas podrían formarse y desarrollar aquellas competencias más idóneas. También las familias deberían forjar valores que determinen un sentido de vida desde la infancia. Y cómo no, el mundo empresarial, tratando con objetividad y justicia a cada trabajador más allá de su sexo o condición, reconociendo su talento, valorándolo y favoreciendo una proyección personal. Seguro que al final, todas y todos saldremos beneficiados.

María Ángeles Tejada

Directora General de Public Affairs de Randstad

Presidenta de Honor de Fidem (Fundació Internacional de la Dona Emprenedora)