Hace apenas unos días, amodorrada en el sofá y haciendo zapping, me topé con Grease, esa mítica película que, ¿para qué negarlo?, todo el mundo ha visto decenas de veces. John Travolta y Olivia Newton-John cautivaron a miles de jóvenes con canciones como Hopelessly Devoted to You, nominada a los Oscar, o You’re The One That I Want. Canciones que, a pesar de los años cuando las escuchas te sobrecogen, haciéndote volver por unos instantes al pasado. A esos años de instituto, a ese momento en el que el curso finalizaba y frente a nosotros se alzaba un largo y aún más impredecible verano. Lleno de historias, de personas a las que conocer y aventuras que vivir y en el que soñábamos con qué nos depararía ese próximo año. Esa sensación se repetía verano tras verano. Un futuro incierto llamaba a nuestra puerta. ¿Y qué hacíamos? Abrir esa puerta con un atisbo de inseguridad, nerviosismo y, al mismo tiempo, emoción.

IMG_3738Con el transcurso de los años, es inevitable contemplar con cierta nostalgia ese pasado. Se extraña esa sensación que nos sobrecogía en los meses de julio y agosto. Veranos en los que todo era reír, bailar y soñar y en los que hacíamos un mundo de un ridículo granito de arena. Días en los que las tardes las llenaban los juegos de cartas o charlas con los colegas, charlas sobre ese futuro impredecible. No es que no se vuelva a sentir esa sensación de emoción, de incertidumbre ante el futuro, ¡qué triste sería en ese caso!, pero supongo que con los años todo no te sobrecoge ni de la misma manera ni con la misma intensidad. Supongo que cuando somos pequeños vivimos todo con una magnitud sin límites, como si no hubiera un mañana. Y conforme pasan los años, esa sensación se diluye en cierto modo.

Independientemente de la edad, de la inocencia y de las de cosas que tengamos por descubrir, de que pertenezcamos a ese grupo de personas que intentamos que cada día tenga esa pizca de esencia que lo diferencia del anterior y el posterior. Pero, ¿para qué negarlo? Esa intensidad con las que se vivían muchos momentos durante la juventud se ha esfumado en cierto modo.

De modo que, cuando de pronto percibo ese olor a jazmín o a mimosa que marcaban mis tardes de la infancia; escucho ese Angie de los Rolling Stones, Ring of fire de Eric Burdon o A day in the life de los Beatles, que tantas veces mi padre me ponía en esos largos viajes de agosto llenos de kilómetros, partidas de dominó y sitios por conocer; o tengo la oportunidad de volver a disfrutar de alguna de esas grandes películas que mi madre me descubrió gracias a su pasión por el cine. Cuando de pronto ese aroma me persigue, disfruto de esa determinada canción o me deleito con esa cinta… vuelvo al pasado, apenas por unos instantes, quizás simplemente por unos segundos. ¡Pero vuelvo! Y esa es una sensación por un lado nostálgica, pero también embriagadora, e incluso adictiva.