Fuga de cerebros. Así se conoce a la emigración forzosa de profesionales y científicos altamente cualificados impulsada por diversas razones como la falta de oportunidades de desarrollo de sus áreas de investigación, motivos económicos o conflictos políticos en su país natal. Una corriente social que, habitual y “erróneamente”, relacionamos con los países en desarrollo. Y digo “erróneamente” porque no hace falta mirar muy lejos para ver como este fenómeno forma parte de nuestro día a día.
Cada año, numerosos científicos e investigadores huyen ya no sólo de Andalucía, sino de España, en busca de unas condiciones laborales aceptables y de un lugar en donde poder desarrollarse profesionalmente. Un país donde no encuentren trabas a su trabajo y donde se valore, por encima de otras cuestiones, la investigación y la innovación o, lo que es lo mismo, el crecimiento y el progreso de la sociedad.

Es innegable que España tiene la “mala costumbre” de desatender aquellas materias que no generan un beneficio económico inmediato. Tradicionalmente, apenas se ha invertido en aquellos sectores que generaban resultados a medio-largo plazo como es el caso de la investigación, sin duda, uno de los ámbitos más perjudicados por la desafortunada situación económica de los últimos años.

Según la OCDE, el porcentaje destinado a I+D en función del PIB se situaba en 2011 en el 3,78% en Finlandia, el 3,37% en Suecia y el 3,26% en Japón. Por su parte, Alemania destinaba el 2,84%, EE. UU. el 2,77% y Francia el 2,25%,… Este porcentaje descendía al 1,77% en el Reino Unido, 1,74% en Canadá y 1,49% en Portugal. Por detrás de todos ellos, España, con una inversión en I+D del 1,33% y solo seguida por Italia (1,25%), Hungría (1,21%), Turquía (0,84%), Polonia (0,77%) y la República Eslovaca (0,68%).

María CanoSin lugar a dudas, España cuenta con investigadores de primer nivel con un currículo intachable y una trayectoria académica excelente. Profesionales en los que se han invertido una ingente cantidad de recursos y que, debido no sólo a las pésimas condiciones laborales, sino a la imposibilidad desarrollar su trabajo por falta de medios y financiación, huyen a otros países donde la investigación tiene el lugar que se merece.

Con el firme compromiso de situar a la innovación en un lugar destacado, la UE puso en marcha en 2014 su último programa de investigación, Horizonte 2020. Dotado con cerca de 80.000 millones de euros de financiación y, como su propio nombre indica, con una fecha límite, 2020. De este modo, la UE animaba a los países miembros a que, desde su aprobación y hasta 2020, invirtieran un 3% de su PIB en I+D (1% de financiación pública y 2% de inversión del sector privado). Con esta medida se prevé crear en torno a 3,7 millones de puestos de trabajo e incrementar el PIB anual de la UE en aproximadamente de 800.000 millones de euros.

En esta línea, hace escasamente un mes, se ha aprobado el Plan Andaluz de Investigación, Desarrollo e Innovación (Paidi), que establece el marco de la política científica y de I+D+i en la comunidad andaluza para los próximos cinco años, «con especial atención a la recuperación económica y a la creación de empleo». Este optimista programa pretende, por un lado, incrementar la inversión anual en innovación desde el 1,03% del PIB registrado en 2014 hasta el 2%, además de lograr la incorporación de 7.000 investigadores. Aun así, determinados sectores de la comunidad, como es el caso de CCOO, se muestra reacio y plantea algunas dudas sobre si el plan podrá alcanzar los objetivos inicialmente planteados.

En definitiva, llevamos años siendo espectadores silenciosos de una fuga de cerebros sin precedentes. Una práctica que se ha generalizado ante la pasividad de los gobiernos y a la que ha llegado el momento de poner punto y final. Quizás, determinadas iniciativas como el programa Horizonte 2020 o el Plan Andaluz de Investigación, Desarrollo e Innovación (Paidi) promuevan el retorno de cerebros. O quizás, se quede en una mera declaración de propuestas. Por el momento, no podemos dar respuesta a estas cuestiones, pero sin lugar a dudas, podemos afirmar que se abre un horizonte de esperanza.

María Cano Rico